Regresando de la zona más profunda de mis propios sueños me encontré rodeado de desconocidos, aquellos desconocidos que llevaba viendo cada mañana durante los últimos cinco años de mi vida. Estaban tan cerca de mi vida y tan lejos de mis sueños, más bien, tan lejos de mi sueño.
Yo trabajaba en una fábrica, mi profesión de ingeniero químico sólo me sirvió para hacer la mezcla correcta de colorantes y pedidos al proveedor. Trabajaba en una fábrica de muebles metálicos. La vida era extraña. Mis sueños eran reales. Me odiaba, casi siempre. Me dejaba de odiar cuando soñaba.
Regina era la asistente del director de la planta. Y la protagonista principal de mis sueños. No podría describirla como la mujer más hermosa que he visto (aunque podría hacerlo, porque en los relatos cada quien describe a cada quien como mejor le parece), pero había una mecha que prendía en mí. Una mecha que conjuntaba pasión, ternura y la solidez propia de una mujer real, perfecta. No sé por qué Pero era perfecta para mí. Al menos en mis sueños, que repito, eran la realidad más conmovedora. En la vida desconocida sólo me saludaba con una sonrisa lejana cada mañana.
Pero aquel sueño fue un caso excepcional, me dio a entender que vivía rodeado de desconocidos.
A la hora de la salida sólo estábamos ella y yo en las oficinas. Los obreros, allá abajo, hacían ruido, el ruido típico del proceso de fabricación, aquel ruido terapéutico para mí de acero chocando con acero. La vi. En silencio, antes de despedirnos, viajé por sus ojos hasta adentrarme en su sangre, la acaricié mientras devoraba su interior. La besé desde sus labios y alcancé a ver su cuerpo, sus ojos entornados hacia mí. Los dos solos buscando un rincón para poder volvernos locos. Yo estaba vuelto loco, ella también, sus gemidos me lo decían, nos desnudamos ferozmente y nos besamos, nos acribillamos como dos luchadores queriendo devorarse. La amé. Juro que la amé. Veía su piel desde su interior, la besaba, sentía su humedad, la hacía mía. Sus gemidos de placer provocaron mi orgasmo, dentro de ella, el orgasmo propio de un amor ferviente, carnal y etéreo.
Desperté. Los golpes de los obreros me hicieron recapitular, los vigilantes llamaban a la policía.
Y Regina lloraba, con todo el dolor de su alma.
Mi vida es extraña y mis sueños son reales.