He hablado mucho del ritmo vertiginoso, de la velocidad desesperada, del mundo actual y de la aceleración de la era digital. Y aquí estoy, regresando a mis básicos, a mis más profundos básicos. Sólo hoy dejo de nuevo escribir a mi mano y dejarla hacer lo que le plazca.
Porque me aburrí. Porque el mismo ritmo del que hablo me está consumiendo de nuevo, me está fijando en la obsesión definitiva de ser yo mismo. Complicado pero constante. Me encuentro sentado frente a mi computador, tengo diez minutos para hacer lo que yo quiera, para ser lo que yo quieras, para dejarme perder. Para rescatarme de mí mismo en medio de las musas de oficina, en medio de los papeles y en medio de las letras, en medio de los cables que me conectan a la misma corriente eléctrica que carga mi teléfono y que le da fuerza a mi computadora.
Entonces intento renovarme, pero ¿cómo chingados se logra eso? Pienso. Tic-tac. Tic-tac. No sé. Tic-tac. Me vuelvo medio loco. ¿Y qué? Sigo mi camino incrustado en el teclado. Tengo diez minutos. ¡Diez putos minutos! Y necesito pensar en alguna frase inteligente de Leonard Cohen, o en alguna idea original para escribir algo. En un poema, en una historia, tengo diez minutos para seguir siendo yo antes de que un olor a vinagre se apodere de mi café. La oposición gana en Japón, el América apalea, la influenza amenaza, Jimena se aprovecha de su estado natural, Bolt sigue vivo, Berlusconi en medio de faldas. Y yo sólo tengo diez pinches minutos, ¿por qué?
Buena pregunta. No lo sé. Renovarse o morir. Ser yo de nuevo y diseñarme antes de añejarme. De nuevo, dejo escribir a mis manos, permito a mis dedos hacer lo que les plazca antes de sangrar. Trabajo con furia por terminar con estas teclas. Busco una foto nueva, recupero imágenes anteriores, correteo como personaje de caricatura mi alimento día con día. Quiero ser un geek. Quiero ser yo mismo. Quiero gritar. Quiero escuchar en medio de mi grito. Quiero volverme loco. De una vez por todas por sólo diez minutos.
Para después regresar a escribir un poema que tranquilice mi alma, para después compartir con un par de ojos una historia. Para después regresar a mí. A un viejo yo que pronto necesitaré renovar.