Despeinarse aquella tarde no era una opción, Susana había salido tarde de la junta. Como siempre. Se sentó en su computadora unos minutos antes de salir. Su chofer la esperaba en la calle. Un martini era lo único que necesitaba, y para eso, Matt la estaba esperando. Llevaba una hora ya en el bar de moda, en el lobby del hotel X. Ella no aceptaba menos que los martinis más caros de la ciudad, Matt, menor que ella pero ardiente en la cama, la esperaba dispuesto a hacerla gritar aquella noche.
Matt pensó que no llegaría, había pasado ya una hora. Ella no contestaba más que un mensaje en el celular, ni siquiera una llamada. Pero valía la pena una noche con aquella ardiente mujer diez años mayor. Valía todo el poder ver a aquella mujer llegar perfectamente arreglada, con su cuerpo sin reservas. Completa y perfecta para él. Terminarían ambos sudando en la cama de el hotel más fino de la ciudad. La espera valía la pena. Todo había comenzado con el video que le había vendido Raúl, el pequeño. Un niño que estudiaba frente a su oficina y que al salir de la escuela lo iba a buscar para venderle videos caseros de Z, su madre, teniendo sexo. Matt era un completo fanático de la pornografía casera, y la madre de Raúl era el objetivo perfecto para tener en un DVD. Raúl cursaba apenas quinto año de primaria, diez años. Y era todo un coyote mafioso, escondido tras esa perfecta sonrisa de escuincle idiota.
Jacinto. Puta madre, odiaba aquel nombre. Prefería Jack, como lo llamaban los cuates. Recibiría el traspaso de la quincena a su chequera a las 23:00 horas. Tenía que esperar en la oficina, no había más que hacer. Él, un joven mediocre, capturista de medio pelo. Lo único que necesitaba era ser rico por una noche, tal vez dos al mes. Chupar como los grandes, enfiestar. Para eso tenía toda su quincena. Ya faltaba poco. Chatear mientras era un buen pasatiempo. Su cuate Steve tenía los mejores consejos. Sabía perfectamente qué hacer en cada situación, contaba sus anécdotas con las múltiples mujeres con las que había estado, jugaba con las palabras, con su magnética personalidad. Era un genio, todos lo seguían en las redes sociales. Era rico, guapo, popular. Las mujeres lo adoraban y los hombres lo admiraban.
Verónica, maestra de literatura en preparatoria había leído los ejercicios de un niño llamado Raúl. Le llamaban la atención, tanto por el ingenio y creatividad como por su maravillosa capacidad de redacción, la maestra de primaria había llevado los textos a Verónica aquella mañana. Era un viernes. Uno más. Lista para salir y matar. Por completo. Literalmente. No le importaba a quién. Pero necesitaba sangre en sus manos. A las once en punto de la noche saldría.
Susana llegó. Matt la esperaba. Ordenaron sus martinis, ella hablaba, contaba todo lo que había sucedido en el piso 32 en el que se encontraba su oficina, hablaba y hablaba. Al menos no paraba de beber. Y Matt no podía sino observarla, admirar su belleza. La imaginaba desnuda como estaría en pocas horas, la imaginaba gimiendo, gritando. Pidiendo más. Necesitaba estar dentro de ella, poseerla.
Susana necesitaba desahogarse. Más tarde cogería con aquel niño, pero en aquel momento necesitaba hablar, ser escuchada, tal vez confesar lo sola que se sentía, lo impotente que la hacía sentir ser una mujer tan segura, tan completa. Tan perfecta. No lo era y lo sabía, tal vez necesitaba solamente desnudar su alma en aquella ocasión.
Steve estaba en su departamento, sentado frente a la computadora, no hacía nada más durante todo el día, lo sabía. Pero no le importaba, su vida estaba entera, a pesar de no ser real, a pesar de no existir siquiera, a pesar de ser lo más distinto a lo que él mismo diseñaba en su avatar. Todo era tan jodido. Pero tan feliz. No entendía cuál de las dos. Las mujeres lo adoraban, pero nadie lo conocía. Sólo había tenido sexo dos veces en su vida, y hablar con gente le costaba un mundo de trabajo, por eso escribía. Y comprendía el mundo dentro de una computadora.
Jack, o Jacinto, llegó a las 11:30 de la noche al bar. No era lo más lujoso, pero tenía buen ambiente. Sus amigos lo esperaban, se sirvió una cuba y rondó el lugar con la mirada. En aquel momento tenía el poder completo que no tenía en la oficina, en aquel lugar podía ser quien era. Sin reservas. Fue entonces cuando la vio.
Verónica no dejaba de pensar en aquel niño. Esas fantasías la prendían, hablaba de la muerte, pero cómo tenía una visión tan clara de la gente muriendo, sólo ella lo sabría. Ella, que había matado. El niño comprendía la sensación, ¿por qué? ¿Cómo?
Verónica escribía por su celular lo que sucedía, lo que veía, lo que pensaba. Steve la escuchaba. De pronto se acerca un hombre a ella. Lo vio. ¿Jack? Una perfecta víctima.
Steve aconsejaba a Verónica acerca del pequeño Raúl. Verónica no podía entablar conversación con Jack, tampoco lo aburriría, conocía su cuerpo y las capacidades de éste. Tal vez tendría que ir directo al sexo. Lo consultó con Steve, Steve aprobó. Salieron juntos hasta el departamento de Verónica. Ella manejaba. No podía dejar de pensar en el pequeño Raúl. Jack, no podía dejar de pensar que era el sexo más barato que había tenido en una noche.
Mientras Susana hablaba con Matt, se deprimía un poco más. Otro poco. Ya no quería sexo, sólo hablar. Matt seguramente entendería. Matt escuchaba, imaginando con fuerza a Z, la del video, la madre del pequeño Raúl. La comparaba con Susana, la sentía, no podía esperar más, necesitaba penetrar a la mujer que tenía frente a él. Era suya, por completo. La necesitaba penetrar en ese instante, sin espera.
Se lanzó hacia ella a la mitad del bar, a besarla, ella lo intentó apartar, pero no lo conseguía. El barman observaba. Matt seguía intentando besarla, ella imprimía resistencia, eso lo excitó más.
Verónica, por otra parte estaba ya encima de Jack, siendo penetrada salvajemente, como a ella le gustaba. Recapacitó, no podía dejar de pensar en Raúl. Hasta que de pronto encontró lo que buscaba, había sido Raúl quien había asesinado a la maestra desaparecida la semana pasada. Maldito escuincle. ¡Era un genio!
Susana comenzó a gritar, pero Matt se había ya transformado por completo, había arrancado su ropa y su sujetador, ya estaba sobre ella desnuda en el suelo, cuando se acercó la policía. Nadie más parecía hacer nada ante una inminente violación pública.
Al descubrir la genialidad del escuincle, Verónica, la maestra de escuela tuvo el mayor orgasmo de su vida, incluso, segundos antes de estrangular a Jack hasta verlo muerto, debajo de ella, todavía penetrándola. Tuvo un orgasmo más, con el cuerpo dentro de ella, antes de deshacerse por siempre de él.
Steve, al darse cuenta de lo que sucedía. Desquició. Nunca se supo más de él. En Internet o en la vida real. Verónica, seguía tuiteando como siempre. Sólo ella, ni Jack, ni Matt, ni Steve. Todo, en un viernes por la noche.