Si pudiera decir lo que pienso en un solo minuto, lo haría en un blog, en una ventana inmediata para sacar mis confesiones de mi pecho y hacerlas volar para que cualquiera pueda respirarlas, o tomarlas con sus manos y guardarlas en un cajón o una cajita de zapatos.
Si pudiera decir todo lo que pienso, tal vez no diría nada, ¿para qué?, igual no terminaría. Entonces entra la tecnología, los miles de amigos chateando a la vez, la nueva forma de ver la noticia, el ruido silencioso de las redes sociales. Las cabezas que no callan y los mundos, millones de ellos, que no paran. El profesionalismo.
El megaprofesionalismo. El superprofesionalismo. La genialidad. La estupidez. Y el subprofesionalismo básico.
Si pudiera decir todo lo que pienso en un momento dado, tal vez no lo haría en un blog, tal vez haría un documental de mi propia vida en YouTube, o un Reality en Ustream. Tal vez sólo contaría cuentos en un block de papel con una pluma fuente.
Si pudiera decir todo lo que siento, quizá tomaría una foto a las sonrisas más cautivantes, o a la gente más impresionante.
O tal vez no diría nada y me escondería en los personajes de una nueva novela.
En fin, el mundo sigue girando a su máxima velocidad sin pedir permiso.