lunes, 31 de enero de 2011

BLACK SWAN Y EL ARTE (BREVE RECOMENDACIÓN)

De pronto el cine me lleva de la mano. No me pide permiso y se convierte en el dueño de un pedazo específico de mi tiempo.
            A ver… la música no me pide permiso, me secuestra. Se apodera de mí sin que me dé cuenta, hasta que de pronto me resulta doloroso apagarla, dejar de escucharla. Llego tarde, no me bajo del coche, me quedo diez minutos más en la caminadora. Me seduce al momento que me secuestra.
            Un libro se convierte en algo así como mi cómplice. Me pierdo: encuentro un mundo distinto: ajeno. Más bien, un extraño intercambio entre lo ajeno y lo propio, entre lo robado y lo privado. La literatura es una relación sexual, ni más ni menos. De pronto, hacemos el amor, con deseo, fuerza, sentimiento; pero de pronto cogemos, sin miramientos, sin romanticismo. Cogemos como dos extraños que necesitan sentir esa pasión pura, sin nombre. La literatura de vez en cuando es dolorosa para mí como una violación, pretenciosa como una bellísima mujer frígida que necesita fingir para moverse por la vida.
            Los libros son algo privado. Completamente privado.
            El cine es público. Es ruido y educación. Te lleva de la mano por un mundo que te describe, te demuestra. Son emociones que provocan emociones. Son disciplinas y dinámicas. El cine es plural. Y por más personal que la relación se convierta entre él y yo, hay un alumno y un maestro.
            Este fin de semana vi una película que me llevó a lo más profundo de mí. A lo más oscuro y a lo más conmovedor, a lo sublime, a la belleza absoluta y la certeza de seguir siendo humano, a mis impulsos de artista y a mis instintos suicidas. Una película que me llevó a la locura del mundo y a su más espantosa realidad, a la terrible realidad de la que no hablan los vampiros mediáticos, la cruel realidad que no se lee en los periódicos pero que pudre sociedades. Los fantasmas propios.
            Los que mataron a Tchaikovski, los que hicieron su vida miserable quizá. Los que lo llevaron a componer esa música que no me permite desconectar los audífonos. Los fantasmas que hicieron de Tchaikovski un poeta sublime cuya creación musical llegó a inspirar una película genial a más de cien años de su muerte.
            Una brillante forma de tocar los temas más perturbadores de la mente humana. Darren Aronofsky sorprende como siempre. Una obra maestra más que llega a las masas. No es la película en la que luce más bella Natalie Portman, pero sí en la que más ha lucido como actriz, como artista: instrumento de la cinematografía para llevarme de la mano a la oscuridad del mundo que me plantea. A la verdad del ser humano. Y sobre todo del arte, de la eterna lucha por la perfección.
            El cisne negro (Black Swan) es, a mi juicio, una película que se debe ver.

domingo, 30 de enero de 2011

TRECE MINUTOS

Justo ahora, la mañana de un domingo. En trece minutos. Ni uno más. Trece minutos listos para abrir la boca, sentar precedentes, hablar del presente y seducir al futuro. Trece minutos antes de que llegue el resto de la mañana a poseer el resto de nosotros, el resto de mi día. El resto de cada palabra que reinará por hoy.
            Trece minutos y no puedo esperar más, necesito toda la fuerza de mi cerebro para concentrarme porque ahora ya sólo son doce. Doce minutos que me incitan a dictaminar la fuerza del erotismo y de la música que en este momento escucho. Once minutos y suena todavía el primer movimiento del primer concierto para piano de Brahms. No puedo seguir escribiendo con la música sonando. Una pausa. Apago la música.
            Ahora son diez minutos. Rodeado de nostalgia, de una noche desesperada, de música, de pasión, de sexo, de un tipo de amor extraño que surgió de pronto, que nació anoche, que nadie conoce, que hizo su entrada en nuestro planeta anoche, mientras la tocaba, mientras la besaba, mientras la veía bailar.
            Una danza perfecta, entre cisnes y colores y ocho minutos restantes para matar a lo que resta de mi propia mañana. La locura hecha persona: llegó conmigo a casa. Bebimos vino, ahora ya no hay rastro del vino, ni del sentimiento, ni del sexo. Pero anoche era amor. Era mi cama, era la luna y eran los cisnes. Era cada movimiento y la locura de la piel.
            Siete minutos, y necesito describir la textura indescriptible de su piel, la textura que se perdía en su aliento, en el tacto inocente y despiadado, en los gemidos, en la balanza que perdía por completo el orden con el peso del sabor de su humedad.
            Seis minutos y la lluvia de su orgasmo, la amapola de la luna, el humo del incienso y de la droga que nos rodea, que nos rodeaba, el humo del vino que bebíamos mientras y bebía de su piel. Los gritos. Callados por mis labios. Mientras dentro de ella yo explotaba y la música dibujaba cisnes porque ella así lo quería.
            El aire. Nuestro aire. El aire que nos regaló la noche.
            Mis manos en su cuello. Cuatro minutos me restan.
            Dejó de respirar anoche. Consecuencia de mis manos. No sé donde estoy, pero sé que me debo de ir. El hombre que se encargó de darme la orden mandará por mí a las 10:30am. En punto. Sin falta. Quedan tres minutos. Y este documento.
            La música. Conocía lo que escuchaba. Brahms, vuelvo a dejarla sonar, sigue en el primer movimiento. Y resta un solo minuto para escribir esta nota, en la que quiero dejar un rastro del amor que descubría anoche, y conmigo, la humanidad entera.
            Alguien vendrá a hacerse cargo del cuerpo. Más tarde, alguien leerá esta carta. Queda un minuto.
            Debo bajar corriendo la escalera.

jueves, 27 de enero de 2011

INSOMNIO

Insomnio
Es tu noche
Instalada en esta piel
Es tu fuerza mi sudor
Piel de luna
Te deseo
Te confundo
con el sueño y la verdad
Con el fuego de tu piel

Insomnio
Es tu noche
Es mi lengua
Es tu humedad
Es recuerdo
Que se pierde con los sueños
Te penetro
Te descubro
Te conviertes en mi piel
Te transformas en mis manos

Insomnio
No sé si es soñarte
O es vivirte
Beberte
Tenerte
Romperte
Tocarte
Sentirte
Perderte
Un orgasmo
Perderte
Y un beso
Perderte
Completa
En mi insomnio
que vibra en tu piel
Enviado desde mi Blackberry® 3G de Iusacell.

miércoles, 26 de enero de 2011

UNA PANTERA EN EL SÓTANO - AMOS OZ (BREVE RECOMENDACIÓN)

FOTO: WIKIPEDIA



El lenguaje, la literatura, la poesía, la novela. Los sueños y los recuerdos. El mundo aquel que es muchos mundos, muchos sueños hechos mundo, muchas pasiones hechas sueño: el lenguaje de nuestros propios recuerdos y de los recuerdos colectivos, adquiridos a través de los años gracias a libros y la voz de algún abuelo.
            La poesía de una lágrima que se dibujó al final de una novela.
            Y no voy a hablar de ella. Porque ella tiene suficiente voz, su voz tiene suficiente eco y suficiente magnificación.
            Una pantera en el sótano de Amos Oz (SIruela) se ha convertido en uno de los libros más llenos de magia, de vida, de lenguaje, de recuerdos que no son míos y de poesía. Es un viaje por un mundo que ya no conocemos pero nos sigue siendo familiar. Esa parte de nosotros que no ha dejado de ser de niño y esa parte de los sueños que nos acercan a ese pasado.
            Ideales y verdad: inocencia y fantasía.
            Por favor, no dejen de leerlo.
            Yo debo para de escribir por ahora, no vaya a ser que deje de ser un niño.
            No vaya a ser que regrese a ser un loco que cree que ha vivido.

lunes, 24 de enero de 2011

LA PÁGINA EN BLANCO DEL BLOGUERO

La página en blanco y el estado de ansiedad que representa, los sonidos del delirio que se pretende encontrar en un escrito, o en la sombra de un escrito. La poesía y sus complejos de grandeza. Música. Cuerpos. La experiencia de encontrarse en dominio de aquellos esclavos de las verdades aparentes. Vivimos desperdiciando ayuda, comprometiendo sentimientos para buscar la palabra adecuada que busque comunicar.
            Y una computadora nos lo dice todo, pensamos, o queremos pensar. Alguien sabrá lo que yo o sé y lo querrá compartir. Lo tendrá que compartir, no le quedará alternativa. A las palabras no les quedará alternativa: escaparán. En esta era todos saben algo, alguien sabe algo que no saben todos, y todos quieren ser los primeros en saber.
            Trabajamos. Algunos se rompen el lomo, otros sólo se desgastan las falanges intentando descubrir el hilo negro entre un mouse y un monitor, un par de teclas y un enchufe a la corriente, por supuesto, un modem para tener acceso a nuestro mundo. A su mundo. Al mundo que se encarga de hacernos soñar, y vivir, sin pedir permiso. A ese mundo que oculta cuerpos, pero no sensaciones. Oculta defectos, pero abre la posibilidad a la imaginación y el placer.
            Un mundo para compartir.
            Para compartirlo.
            En Twitter, en Facebook, entre nombres y apellidos, entre máscaras y caras, entre escotes y colores. Un mundo para compartir genios: artistas, viejos, nuevos, vivos y muertos, conocidos o desconocidos. Pues en este mundo lo sabemos todos. ¿Quién sabe más? La niña del bikini, la de los labios carnosos, la de los senos perfectamente fabricados. El de las palabras.
            El cineasta.
            El músico.
            La modelo.
            El de las noticias.
            El de los videos.
            El excéntrico que quiere ser asesino serial. El vampiro. El delirante decadente. El que sabe todo porque Wikipedia se lo susurra antes de contestar.
            Un mundo que deja atrás al mismo mundo y se llena de salvadores, de héroes que hablan del olor de las hojas, de la magia de tener un libro en mano: por amor a las palabras, a la más pura tradición. A un pasado agonizante. ¡Ja! El que ama las palabras es feliz llevando en su portafolio la obra completa de Mark Twain y que su peso bruto sea menos de 500gms. Pero la tecnología nos salva. Nos da las respuestas a todo. Por lo tanto, si queremos mantener nuestro orgullo del conocedor, nuestro más pura esencia elitista, necesitamos colgarnos del pasado, de presumir que nosotros sabíamos quién era Brahms antes de que su hubiese publicado en Wikipedia.
            Seguimos trabajando, envueltos en poesía desconocida, envueltos en la maravilla de aquel periodismo que nuestro país no quiere darnos. Pero qué nos importa, si podemos leer a Krugman. El triunfo se esconde tras esas monedas que tienen cada vez menos valor ante el inmenso poder de las transferencias interbancarias. Vivimos en este nuevo mundo. Necesitamos de él.
            Los puristas intentan demostrar que ellos sabían. Lo sabían todo desde antes de Google, lo sabían todo. Como ahora lo sabe todo quien lleva un iPhone o una BlackBerry. Hoy lo sabe todo quien lo pregunta en alguna red social. Hoy es una estrella quien es escuchado.
            Pero nuestro sueldo sigue siendo nuestro sueldo, por más expertos que seamos. Por más populares que seamos. Por mejores blogueros que seamos. No hemos dejado atrás a la economía tradicional. Pero ahí soñamos, queremos que nos paguen por decir estupideces, dejar atrás a nuestros jefes y los viejos catálogos y blocks de pedidos que llevamos con nosotros. Queremos dejar atrás a la recepcionista. O ser recepcionista. Queremos dejar atrás el mundo anterior para vender nuestra genialidad por Internet y que nuestros amables seguidores nos hagan millonarios comprando nuestro arte, o nuestro conocimiento previo a Wikipedia. ¿Previo a Google? ¿Cómo los libros de papel? ¡Uy!
            Creo que ya no sabemos lo que queremos.
            Pero tenemos que trabajar, ganar seguidores, lectores, sentir que tenemos fans y soñar que un día los reflectores de Twitter y los inmensos públicos nos aclamarán en el infinito escenario de la red.
            No sabemos si queremos el presente, el pasado o el futuro.
            Tenemos todo frente a nosotros pero no sabemos en qué poner nuestra mano.
            Pero, al final del camino, entendemos que la del escote es más popular.
            Y que nuestra música sigue sin ser escuchada.
            ¡Sin embargo, seguimos intentando ser felices!
            ¡Ajúa!

miércoles, 19 de enero de 2011

PERDIDO


No he podido engrandecer al sol con tu recuerdo a pesar de haberlo intentado. He buscado un despertar sin laberinto que me lleve a ti, que me guíe por el camino del deseo y la conciencia hasta llegar a lo que algunos poetas llaman corazón.
            No he podido hacer caso a la luz que alumbra mi camino. Entonces me he perdido una y otra vez, como niño curioso que se despista en el parque de diversiones por andar persiguiendo a un Mickey  de peluche, y termina por no encontrar a su mamá. Y llora. Grita. Porque no tiene nada más qué hacer. Grita. Con todos sus pulmones, esperando a que un milagro logre que entre la escandalosa multitud su madre regrese a salvarlo de la brutal, cruel y total confusión.
            Mis alaridos siguen sin llegar a tus oídos. O a mis oídos. O a sus oídos. Mis alaridos siguen siendo alaridos al vacío. No he sabido ser encontrado. No he podido ser encontrado. Y de pronto pienso…
            Es mentira.
            Todo es mentira.
            No estoy en un laberinto. No. Yo soy el laberinto. Soy el alarido y no su emisor. ¿Cómo puede encontrar salida el propio laberinto y encontrar el camino a su piel? ¿Cómo puede dejar de comer carne cruda un lobo?

Fe siniestra. Luz que estorba cuando no es luz. Te buscamos cuando somos dos. Cuando logro separarme del propio laberinto, cuando somos dos. Fe siniestra, no te vayas sin decirme los secretos del camino. Muerte libre. Libre voz que grita si se pierde. Libre ruido que no sabe de caminos.
            Fiel laberinto que se pierde en el deseo. En lo negro del deliro. Fe siniestra y fieles de fuego. La pasión y nuestro esquema. Nos perdemos porque no sabemos hacia dónde ir. Nos perdemos porque nuestro rumbo, mi rumbo, es una brújula que ha perdido el sentido de la orientación.
            Bienvenido al infinito. 

martes, 18 de enero de 2011

LOS COLORES. MI MAÑANA

MI AMANECER

Cada mañana te comparto mis colores. Mi luz disfrazada de ciudad, de color, de rascacielos. Cada mañana te comparto las imágenes con las que te descubro son de café, de madrugada y de concreto, de un presente urbano que me engaña con tu cuerpo.
            Cada mañana eres amanecer. Y tu cuerpo, fuego desalmado, me acompaña. Tus gemidos. Tu locura. Tu humedad. Cada mañana los colores se apoderan de mi instinto. Y ataco con fervor entre tus piernas. Y mi lengua. Y los espacios. Cada mañana eres aire. Los colores.
            Eres colores. Amanece. Amaneces. Cada mañana me acompañas con tu piel. Y te toco. Y te deseo. Y te desvisto. Y te grito que eres mía al penetrarte. Y no hablamos. Nos acompañamos. Nos sentimos. Con mi lengua que te bebe.
            Por la mañana te comparto mis colores. La luz es tu contribución. Y el café se va por la ventana cuando deja de ser madrugada.
            Nos perdemos.
            Sigilosamente escapo de tu habitación.

lunes, 17 de enero de 2011

YO LE ADVERTÍ


Llegó más tarde de lo programado. Le había dicho que no lo hiciera. Había sido claro, no soy dado a las ambigüedades. Especifiqué que no podía llegar después de las diez. La noche era peligrosa en la ciudad, sobre todo para una mujer como ella, sobre todo para alguien con una belleza como la suya. No, necesito ser más preciso, a nadie le importaba su belleza, si no la perfección de su cuerpo.
            Pero llegó tarde, después de las diez. Yo ya lo tenía todo listo. Faltaba ella. Yo llevaba mis audífonos y escuchaba a Gershwin, me concentraba para no enojarme de más en lo que ella llegaba. Era importante que estuviera a tiempo, siempre es importante ser puntual en un trabajo como el nuestro. Siempre es importante correr la menor cantidad de riesgos posibles, y el simple hecho de que ella tenga un par de nalgas como las tiene hace las cosas difíciles, casi nunca podemos pasar desapercibidos, pero es la mejor. Todos lo sabemos, al menos en nuestro gremio todo el mundo los sabe. Es un gremio pequeño. Muy pequeño. Tal vez el más. Y todos saben de ella, hombres y mujeres, no la envidian a ella, me envidian a mí por tenerla a ella, pero no lo harían si supieran que de vez en cuando llega tarde, nadie me envidiaría de saber que llega tarde de noche. Eso es inaceptable.
            Y anoche llegó mucho más tarde de lo programado. Yo había sido muy claro. No podía hacerlo, lo tenía prohibido. Era peligroso para ella. Para nosotros. Era peligroso. ¡Ella no entendía! ¡Nunca entendía! Yo escuchaba a Gershwin mientras la esperaba. Todo hubiera sido diferente. La culpa no la tengo yo, yo le advertí, pero ahora nadie me cree, nadie me puede creer. Yo no me creería a mí mismo. Bueno, todos me creen, pero nadie piensa que mi advertencia tenga ahora importancia en un hecho así.
            Yo la esperaba en el coche. Iríamos a ayudar a alguien, a uno de nuestros discípulos, uno de aquellos muchachos que no tardan en morir, una de esas personas que tienen la vida marcada y no quieren que la medicina termine con ella, quieren tomar a la justicia, a la medicina y a la religión por completo dejando a un lado la vida porque pueden, porque es su propia decisión. Hay más de un grupo que hace esto, algunos son de ayuda gratuita, pero nosotros no, nosotros cobramos porque tenemos manera de entregar últimas voluntades, pero tampoco somos los únicos que damos el servicio de paga. Pero somos los mejores por ella, por su cuerpo y lo que éste hace cuando se trata de cumplir la libidinosa última voluntad de muchos hombres.
            Nuestro cliente quería morir aquella noche, nosotros le daríamos su última voluntad y luego le ayudaríamos a morir, era nuestro trabajo, lo teníamos todo controlado. Pero ella llegó diez minutos tarde. Yo escuchaba a Gershwin en el coche.
            Vi su cuerpo, vi su cara, su sonrisa de que nada sucedía me irritó. Me irritó demasiado. La policía ahora debería comprender eso, debería comprender que yo se lo había advertido. Luego vi su escote, su escote y su sonrisa de no-pasa-nada. No resistí al ataque de ira. Saqué mi cuchillo y lo clave justo en el escote mientras tocaba su cuerpo desnudo de una forma en la que no lo había tocado nunca.
            ¿Cómo puedo explicarle a la policía que el cuchillo no era para matarla a ella, sino a otro? No creyeron mi historia, tampoco creyeron la naturaleza de mi trabajo, decían que ella era una vil prostituta y yo un burócrata.
            De hecho, los policías insistían que yo trabajaba en una máquina de escribir en su misma comandancia. ¡Qué poco saben de la vida! Yo le advertí.
            Yo vendo últimas voluntades. 

domingo, 16 de enero de 2011

DISFRUTÉ. Y LOS COLORES DEL DOLOR


Los colores del dolor vienen y van. Buscan amaneceres para encontrar escapatoria. Los colores del dolor algunas veces aparecen en forma de música, otras en forma de música y letra de Bob Dylan o de Tom Waits. Los colores del dolor de vez en cuando aparecen en escala de grises y se cuelan por una novela, o por una película. Tal vez se cuelan por una mínima grieta en la madera de la puerta, como si fueran luz. Los colores del dolor vienen y van. De pronto se confunden con la belleza, o con algunas emociones. Muchas veces son los colores del arte.
            A vivir. Los colores del dolor vienen y van.
            Disfruto mucho de una novela de Enrique Vila-Matas, Dublinesca. Disfruto de su prosa, de la historia y de los personajes, disfruto de su arrogancia cultural y de cómo se burla de la misma aquí y allá. Disfruto de leerlo por el hecho de leerlo.
Y puedo considerarme muy afortunado, porque además de tener entre las manos una novela que me da placer letra por letra, anoche aterricé en una sala de cine para ver una película de un director del que no había escuchado, sin recomendación previa, de hecho, por error, y para mi sorpresa, fue una de las mejores películas que he visto en años. Se llama El gran concierto (Le concert) de Radu Mihaileanu. Sonreía, todo el tiempo, me dolía la cara de sonreír. Y lloré, lloré con una sonrisa, sentado en la butaca hacia delante, disfrutando de la música, de los personajes, de la comedia, del absurdo, disfrutando de la historia y de las actuaciones, disfrutando del fondo y de la forma. Amando. Dando pie a los colores del dolor confundidos con amor. Que vienen y van. No paré de llorar. Incluso en el coche, no dejé de sonreír.
Disfruté. Y el dolor se vuelve loco. Y los colores se llaman amanecer, montañas y ciudad, una buena novela y la revista del domingo. Los colores del dolor van y vienen. Disfrazados. Yo, de pronto, disfruté.
            Bonito domingo. ¡Gracias por leerme!

jueves, 13 de enero de 2011

TAN CANSADO


Tan cansado de tu olvido
como loco por tu piel
Soy la luz de primavera
en el invierno

Dame aire
Dame tiempo
Dame luna en la mañana
y más espacio para el sol

Tan cansado de tu piel
como agotado por tu olvido
Soy instantes en tu ausencia
y tú no existes

No regreses
No fracases
No te pierdas en la luz
del corazón

Tan cansado de beberte
cuando habito en tu colchón
tan herido de besarte la cintura
Agotado de sentirte
Embriagante desnudez

Tan cansado
Tanto aire
Tanto olvido
Tanta piel

lunes, 10 de enero de 2011

SU NUEVA VIDA


Ese día decidió no ser él. En vez de vestirse con los jeans de todos los días, decidió ponerse un traje, la corbata más cara que tenía. Se perfumó, bebió café, bajó a comprar el periódico y lo leyó mientras comía un pan tostado y mantequilla. Todo diferente. Hasta compró una cajetilla de cigarros a pesar de no fumar.
            Después de leer el periódico y  beber dos tazas de café bajó a buscar su coche, tenía que llegar a trabajar. Pero su coche no combinaba con su atuendo de saco y corbata, por lo tanto decidió llevarse la lujosa camioneta de uno de sus vecinos que dejaba las llaves dentro en caso de que alguien necesitara moverla para sacar otro auto. El portero no se dio cuenta cuando se fue. Por lo tanto, nuestro personaje iba escuchando la música del vecino, en la lujosa camioneta del vecino y fumando tranquilamente un cigarro para hacer menos pesado el tráfico. Unos minutos después vio el edificio más moderno de todos, el más majestuoso y nuevo, eran las oficinas de un banco internacional. Decidió que ahí quería trabajar ese día, dobló a la derecha y se encontró con la caseta de vigilancia. Para su sorpresa lo dejaron entrar sin ningún tipo de cuestionamiento.
            Encontró un lugar desocupado, se estacionó y subió por el elevador al piso siete, con una familiaridad casi espeluznante, entró en la oficina y caminó diciendo buenos días hasta la oficina al fondo del pasillo que tenía en la puerta un letrero con la leyenda Director. Se sentó en la silla, encendió un cigarro, marcó un número y entró ella a su oficina con un café cerrando la puerta detrás de ella. ¿Quién es usted?, preguntó la secretaria. Yo. ¿Un impostor? Pues sí, eso creo, un impostor. Me encantan los impostores.
            La mujer se acercó poco a poco a él, con audacia y sensualidad pasó la mano por su cabeza y le dijo unas palabras en un lenguaje que él no entendió. De pronto sonó el teléfono. Él respondió. ¿Sí? Su mujer, señor. ¿Mi mujer? Sí, su mujer. La secretaria se reía en silencio de él mientras él sentía miedo que la mujer del hombre cuyo escritorio usurpaba lo descubriera. Par su sorpresa no fue así. La supuesta esposa comenzó a gritar al otro lado de la bocina reclamando a su marido sus infidelidades. Al no tener paciencia para escuchar a la mujer de alguien más reclamarle colgó el teléfono sin importar en qué etapa de la conversación estuviera. Llamó a la secretaria que hablaba en un idioma extraño y la besó en la boca, era tan hermosa. Poco a poco la fue desvistiendo.
            Tan diferente era esa vida a la suya, que pensaba que no quería regresar a ser él mismo. Nunca. En ese momento estaría llegando a la tienda a sacar todos los modelos de celular nuevos al aparador y a esperar a los clientes. Tenía que convencer a cada una de las personas  de por qué comprar celulares, y todo para qué, para poder pagar una renta y la mensualidad de un coche jodido.
            En cambio esta vida, los senos de la rubia entre sus manos, sus labios magnéticos el sabor de su humedad, la sensación de su mano moviéndose entre sus propias piernas y haciendo despertar a su cuerpo con una furia que no había sentido en años. Una vida perfecta, tan lejana a la suya.
            Mientras hacía el amor con la bella mujer, entró un hombre cargando un portafolio, no parecía importarle encontrarlos en tan embarazosa situación. ¿Señor Roberto? Sí, soy yo, dijo nuestro personaje al darse cuenta que había sido descubierto. ¿Es consciente usted de estar usurpando la vida del señor Alfonso? No sabía que así se llamaban, pero creo que sí, que estoy consciente. La rubia desnuda seguía abrazándolo.
            Muy bien, señor Roberto, si usted me firma estos documentos, la vida del señor Alfonso pasará a ser la suya en este momento, esta será su oficina, más tarde lo le mostraremos su mansión y el resto de sus múltiples propiedades.
            Nuestro personaje firmó desesperadamente los documentos oliendo a su nueva amante y esperando que los hombres se largaran para dejarlo disfrutar de su nueva vida.
            Está usted bajo arresto, señor Roberto.
            ¿Por qué?
            Por el asesinato de su asistente.
            Pero mi asistente… y al voltear a ver a la mujer con la que hacía unos minutos había hecho el amor, descubrió que estaba muerta. 

domingo, 9 de enero de 2011

UN DOMINGO POR LA MAÑANA

Aprendí a escribir un domingo por la mañana. Mientras Joseph K enfrentaba un proceso y el absurdo dirigía la mañana confundida entre un sol asfixiante en la ciudad de México y la nieve de Praga.
            Aprendí a escribir un domingo por la mañana porque Artur Rubinstein me enseñó en secreto cómo se tocaba el Concierto para piano 2 de Saint-Saens. Un domingo por la mañana me di cuenta que las letras me susurraban cosa y que Kafka quería decirme algo, descubrí que no existo más allá de mi propia imaginación y que mis letras son la mitad de esta. Descubrí que no soy letras, que tampoco soy descrito por letras. Un domingo en la mañana acepté que soy pretensioso y que no sé nada, que necesito escribir más suspenso en mi ficción y más fantasía en mi suspenso, un domingo en la mañana, Leni besaba a K, un domingo en la mañana hice ejercicio y llegué a la premisa de que una hora de ejercicio y una hora de lectura diaria podrían ayudar a cualquier persona a ser un poquito mejor.
            Aprendí a escribir un domingo por la mañana, más bien, aprendí que no sabía. Desayuné un licuado con avena y leí una revista, viajé al recuerdo de una novela terminada de leer hace un mes y lloré de nuevo. Luego de la pausa regresé a Kafka y al concierto de piano de Saint-Saens que comenzaba por tercera vez a sonar en mis audífonos. Algo pasaba con el aire. Algo pasaba con el sol, todos fuimos uno por un momento y el sol me leía al oído,  y el aire me despertaba, me hacía sonreír sin sonrisas. Porque no quiero sonreír.
            Porque solo soy un loco y no quiero ser más que eso, quiero escribir y la página en blanco no me deja el día de hoy. Justo aprendí a escribir un domingo por la mañana y no puedo hacerlo. Aprendí de mí, me conocí por completo y de pronto se me olvidó.
            Lloro con mi página en blanco y Kafka se ríe de mí. Ese soy yo. Leyendo de nuevo El proceso. Parece que no aprendo.

viernes, 7 de enero de 2011

EL ARMARIO

Regresé de madrugada. Me fui a la cama sin lavarme la cara, o los
dientes. Había sido un día cansado: insufrible. Uno de esos días
capaces de volver loco a cualquiera.
Pero yo mantuve mi cordura.
No encontraba el control remoto. Quería ver la televisión. Necesitaba
ver la televisión. Las películas eróticas que pasaban de madrugada por
TV de paga se habían convertido ya en un hábito para mí, un hábito que
no tenía intención de romper.
No encontraba el control remoto.
Lancé el cenicero que descansaba en mi mesita de noche contra la puerta.
Necesitaba ver la película y el tiempo pasaba. No encontraba el control remoto.
Sonó el teléfono. Era ella. Lancé el teléfono contra el marco de la
puerta, no quería saber de ella, quería olvidarme por completo de su
cuerpo y masturbarme con la imagen de otro. Sonó la puerta. No
encontraba el control remoto. Me levanté a abrir. Sabía que era ella.
Con mi mejor sonrisa la recibí, la besé tiernamente en los labios y la
llevé a mi habitación.
Al entrar en la habitación comenzaron a escucharse ruidos provenientes
del armario: alaridos. Ella se percató. Intentó escapar. Como todas.
Le pedí que no lo hiciera mientras la golpeaba en la cabeza con una
escultura que descansaba en el tocador. Al verla caer a mis pies
descubrí dónde estaba el control remoto. La arrastré hasta el armario
y besé su frente. Las demás seguían intentando escapar.
Encendí la televisión y esperé a que comenzara la película. Más tarde
tomaría decisiones para mis invitadas.
Los clientes estarían ansiosos por conocerlas al amanecer.
Por ahora era necesario dormir a pesar del ruido del armario.

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Enviado desde mi dispositivo móvil

jueves, 6 de enero de 2011

LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS (BREVE RECOMENDACIÓN)

La narrativa es la madre de todos los vicios. La ficción es la madre de todos los placeres. La palabra es la madre del mundo, según el diseño propuesto por la Biblia. Y la fantasía se convierte en la hija desnuda de toda madre.
            Terminé de leer Lo que sé de los hombrecillos de Juan José Millás (Seix Barral, 2010). La fantasía es una mujer desnuda, de cuerpo apetecible y escultural. Eso fue lo que me hizo entender en un par de días el escritor español, a quien procuro leer cada viernes en el diario El país.  
            Comencé divertido y terminé con pesadillas. Comencé entretenido entre la maravillosa narrativa y terminé presa de ataques constantes de pánico pesando en mis propios miedos, en mi perdición y en la circunstancias que podrían llevarme en picada a joder mi vida. Mientras me divertía imaginando mundos de insectos y hombrecillos, fábulas magníficas, sufría pensando lo jodible que es mi vida, lo fácilmente jodible que puede ser bajo cualquier circunstancia y en cualquier momento.
            Por otra parte, cada vez que leo a Millás me sorprende su habilidad narrativa, la facilidad con la que se mueve a través de las hojas, con soltura y ligereza, con un uso práctico del lenguaje y de su lenguaje, con ideas cómicas, sarcásticas y simpáticas (que abundan en esta novela) sin dejar por un segundo la seriedad que se ve representada en su cara y en su texto, en los paréntesis en los términos de sicología, de biología, en la ridícula gestación de quienes escriben (el personaje escribe artículos para un periódico) de lo que escriben, siempre sin patas, siempre sin cabeza, siempre surgiendo de una bola de nada que puede llamarse imaginación, luz o pequeños humanoinsectos.
            Lo que sé de los hombrecillos no es la mejor novela del 2010, pero es una lectura obligada para descubrir de qué se trata la literatura en nuestros tiempos, de qué se habla cuando se habla de creatividad. Esa locura sutil y brusca que te arranca tanto ganas como pánico en medio del absurdo, del delirio y de un buen momento (aunque pueda llevar a pesadillas).

miércoles, 5 de enero de 2011

POST DE DESAYUNO

Una buena parte del desayuno es el café. Empezando por ahí puedo ponerme a escribir, creo. O a leer. O a inventar lunas y soles y esas cosas. Esta mañana comenzó con la inercia de mi habilidad onírica para autoflagelarme, es decir, una pesadilla que dio pie al insomnio que dio pie a la ficción que dio pie al recuerdo de la película que vi anoche que dio pie a mi angustia que dio pie al café de la mañana con sabor amargo. Entre la ficción, los sueños y el sol a punto de salir, sólo queda el desayuno. Y tratar de escaparme de mi propia realidad invadida de ficción para que al llegar el amanecer pueda recibirlo como una persona normal.
            Pero esta mañana nada tenía de normalidad. Mi perro (es hembra, pero me enferma la palabra perra) me lo dijo. El hermoso amanecer que no se dejó retratar me lo dijo.
            Más despacio: a estructurar. Anoche vi una película de los hermanos Coen llamada Barton Fink: una extraordinaria demostración cinematográfica de los alcances de la locura humana, de su creatividad, de su enfermo humor y de sus sueños por salvar al mundo. Una extraordinaria demostración cinematográfica del horror de los sueños, de la mediocridad de la sociedad, de la estupidez del poder, de la estupidez humana disfrazada de creatividad artística y de la creatividad artística disfrazada de estupidez humana. Una representación perfecta del terror y su escalada por el corazón humano para producir una cómica intranquilidad que apareció con cara de insomnio y fantasma en mi hora de dormir. Por lo tanto, abrí el libro que había comenzado aquella misma tarde, Lo que sé de los hombrecillos (pronto escribiré de él), seguro de que tan divertida novela fantasiosa me haría recuperar un poco la tranquilidad mental necesaria para poder conciliar el sueño. ¡Qué tan equivocado puede estar un ser humano! Un trepidante escándalo de todos mis miedos se apoderó de mi recámara impidiéndome soltar el libro.
            Pero de pronto, la divina providencia se apiadó de mí por unos instantes y me permitió dormir. Dejé caer el libro para no perder un solo instante, tomé un cojín para ponerlo entre mis rodillas y dormí.
            ¡Y que sueño que vivo en el hotel de Barton Fink! ¡Puta madre! No sé cuánto tiempo estuve soñando antes de despertar, pero desperté exaltado. No quería leer, no quería escribir, no quería dormir porque si dormía me volvía de nuevo protagonista de los hermanos Coen. ¡No!
            Y así fue mi batalla contra mí mismo y la fantasía. Imaginando que era yo quien escribía mi futuro, mis sueños, mis libros, imaginando que necesitaba gritar, sacar a pasear al perro a las tres de la mañana. Imaginaba cosas. Hasta que decidí levantarme de la cama y comenzar un día como cualquier otro, estaba a punto de amanecer, fui por mi cámara, pero el amanecer se esfumó, algo extraño, pero así fue, leí un par de artículos en el periódico mientras tomaba mi primer café, Elvira Lindo hablaba del humo del cigarro, se me antojó fumar, llevo seis meses sin hacerlo. No fumé, dejé a un lado el periódico y le dediqué media hora a la novela de Millás (de la que hablaré pronto) antes de prepararme un pan tostado con mermelada, un segundo café y escribir este artículo como desayuno.
            Ya les platicaré algún día lo que escuchó cuando la luna me habla antes de irse a dormir, mientras tanto, se esfumó mi amanecer. Por intentar vivir como el hombre común para el hombre común.
            Algunos entenderán de lo que hablo.
            ¡Buen día!

martes, 4 de enero de 2011

BLOGUEAR


Me río de mí mismo cuando intento escribir cosas coherentes. No soy un escritor coherente, no soy una persona coherente y dudo un poco del orden que puedan tener mis ideas. Así que no intentaré poner orden a mis ideas.
            Recién terminé de leer una vez más The Great Gatsby esta mañana y recordé muchas cosas acerca de la literatura, recordé qué me gusta de un libro. El aire, la fuerza, el compromiso con cada una de las palabras que se escriben, no con las frases hermosas, aunque algunas sean maravillosas. Entonces, recordé mi blog.
            ¡Mi blog! Y decidí escribir. Por el amor a escribir, a decir lo que pienso, a ser uno más dentro de todos esos pequeñísimos poetas que intentan triunfar en un mundo intelectual, uno más de esas partículas de invitados al olvido que dicen lo que quieren. Ese es el yo de hoy, sin pretensiones, mañana habrá otras. Eso sí, pero por el momento, intento poner un poco más de color a mi mundo surrealista descifrando el significado de las amistades, de la virtualidad, del sexo y de la ficción.
            Escribo. Blogueo. ¿Por qué no? Y hago un ejercicio con toda esa gente que es de verdad y no. Todos aquellos que se esconden para no dar la cara y todos aquellos que la dan y ponen el corazón en la raya Escribo y ya.
            Así, a partir de ahora, creo personajes nuevos, viejos, alter egos y estimaciones geográficas a un mundo lleno de sexo y libertinaje. Pongo color a la pasión cuando esta está ya cagada de vestirse de rojo, la encuentro en la esquina de mi casa y la disfruto mientras me besa, encuentro en su cara un amarillo pálido que se convierte en blanco para combinar con las nubes naranjas que me hacen despertar y gritar en medio de un entusiasmo cual orgasmo que se llama ilusión. Una nueva pasión. La misma
            Y para eso le doy a estas teclas, para todo y para nada, para bloguear por amor al surrealismo, al postmodernismo y a la prosa. Por amor a la poesía y al color, por amor a la gente y por amor al no amor, por odio al romance como amor y por lujuria pura.
            Y me doy cuenta que no quiero hablar de nada más que de libros. Soy un lector que escribe, y quiere recomendar libros y escuchar recomendaciones sobresalientes.
            Por el momento, a bloguear.
            The Great Gatsby. Maravilloso. ¿Comentarios?

lunes, 3 de enero de 2011

MR. K


Algo de misterioso hay en algunas canciones. Algo de misterioso hay en la vida, posiblemente en cada amanecer. Y ese misterio, llevado a su máxima expresión, se convierte en locura. La canción es Being For The Benefit of Mr Kite! Una misteriosa interpretación de Los Beatles a ciertos acordes fantásticos que se pueden fumar en colores como la famosa portada del Sargento Pimienta.
            Y lo que viene después del misterio es la ficción.
            Escribir ficción, como cualquier otro oficio supongo, requiere de mucha disciplina, de mucha práctica y de ejercicios para estirar la imaginación. Llevo muchos años intentando escribir mi novela, mi primera novela, cada mañana me siento frente a mi máquina de escribir como buen romántico de la literatura y mi meta es terminar con un paquete de 100 páginas de papel bond. Escucho las teclas taca-taca. Taca-taca. Huelo la tinta, amo el aroma. Enciendo un estéreo que no he cambiado en años y pongo algo de música. Nunca he comprado una computadora para escribir, ni un aparato de sonido sofisticado. ¿Qué haría con mi colección de acetatos? Soy un romántico. No puedo negarlo. De pronto surgen los Beatles.
            Ahí cambia la historia. No había escuchado esa canción en siglos, es como si estuviera guardada en un enigma estrambótico que hacía que una parte de mi cerebro la recordara pero otra la tuviera arrojada en el más viejo olvido. Entonces escuché los acordes. Y comencé a teclear con toda mi fuerza en esa máquina. Tenía la historia. No podía parar. No podía dejar de escribir. Había llegado el día. Estaba contando la historia. Fluía. Todo fluía. Encontré a mi personaje. La comprendí, la desnudé, la vestí, le di la personalidad que requería, era como mi propio Frankenstein en papel. Es engendro que llevaba esperando tantos años. Diez, quince tal vez.
            Mi novela estaba ahí, en la propia carne de mi personaje femenino, mi heroína, mi bella heroína desnuda frente a mí. Golpeaba desesperadamente las teclas en medio de escenas, diálogos, anécdotas, sexo y vida. Personajes que cobraban vida en mi imaginación y danzaban alrededor de los Beatles y mi máquina de escribir.
            De pronto me doy cuenta que no estoy solo en casa. Hay alguien más. El absurdo de mis pensamientos se apodera de mí. Y la veo.
            Sí, era justo ella. La protagonista de mi novela. Viva. Frente a mí. Con un cuchillo de cocina en la mano todavía llena de sangre. Te acabo de matar, me dijo. Yo seguía vivo. No podía haberme matado, no a mí. Estaba todavía respirando, además, ella era producto de mi imaginación. Me acerqué a ella para tocarla. Para ver si ella era real o yo. Mientras tanto, escuchaba como la vieja máquina de escribir seguía tecleando. Y la música sonaba. La misma melodía misteriosa una y otra vez. La toqué. Toqué a mi personaje. Y ella me abrazó con fuerza. Sentí su amor desinteresado en forma de filo atravesando mi espalda. El fierro helado me cruzó el cuerpo. Me estaba matando de nuevo mientras yo besaba desesperadamente su boca buscando aire para sobrevivir. Sacó el cuchillo de mi cuerpo y con la misma mano desgraciada me golpeó la cara.
Despierta, hijo de puta, me decía, ¿piensas que esto es un juego? ¡La combinación de la caja fuerte o te mato!
            Debí de haberlo entendido antes. Yo solo quería escribir una novela. Mr. K me traicionó.

domingo, 2 de enero de 2011

De nuevo. Pero en 2011

Intentar nunca ha sido suficiente. Entonces descubro que sin pedirme permiso, los ciclos terminan y comienzan de nuevo. Algunas veces me doy cuenta: la gran mayoría... no.
Intentar nunca ha sido suficiente, entonces surge el compromiso. Un siguiente paso quizá natural. Tal vez no. Pero un paso a seguir en el inmenso mundo de la estupidez del intento. O de pensar. Entonces, la palabra que salta es compromiso. Entonces podemos empezar a hablar.
Y como esto no es un intento, ni un compromiso, no me queda más que hacer. Y para mí hacer es escribir, nada más.
Empezaré de nuevo, esperando que algún despistado por ahí me lea, me encuentre o me recuerde, se encuentre conmigo. Esperando que mi único quehacer que va íntimamente relacionado con las letras, tenga un poco de sentido.
Este espacio está, a partir de hoy, completamente abierto a sugerencias, así que si algún fotógrafo, diseñador o escritor quiere colaborar, me puede contactar. Estaré feliz de abrir las puertas.
Por mi parte, será igual: relatos, algún ensayo que se me escape, mi opinión cuando no pueda callarla y poemas. Lo único nuevo será que periódicamente recomendaré libros y o criticaré algunos. Y quizá de pronto haga lo mismo con algunas películas.
Han pasado muchas cosas. Muchas. Y en 2011 pasarán más. Lo único que espero es poder dar testimonio a mi absurdo mundo autista con este espacio.
Ya nos subimos al barco del 2011, no nos queda más que subir las velas y navegar a favor del viento y a pesar de las tormentas.
Esta es una casa para las letras. Bienvenidos sean los ojos.

¿Y ÉSTE QUÉ?

Mi foto
Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

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