Entro en un mundo nuevo y no entiendo cómo explicarlo. Además, no quiero sonar sentimental. Las letras son mi vida y no voy a decir nada más al respecto. Últimamente he encontrado una nueva voz, una voz fuerte, una voz de verdad: los blogs. Me siento aquí, escribiendo en uno de ellos aquello que puedo escribir, sintiéndome mudo ante un inmenso planeta frente a mí, nuevo, al parecer desconocido. Con miedo intento formar parte de él. Heme aquí. Novato, neófito.
Entonces comienzo, intentando buscar una pequeña rendija que me permita ver la luz, años atrás, luego de haber publicado por primera vez en el viejo método, el papel. Busco esa rendija con todas mis fuerzas, y las letras me exigen más, y me doy cuenta pero no quiero hacerlo, ¡puta madre! Soy novelista. Pero algo me llama, y leo más, y busco más y poco a poco me voy adentrando gracias a la magia de no ser escuchado, de saber que publico algo que nadie leerá, con la tranquilidad de saber que existo ahí, pero solo. Tan solo como cuando escribo en mi libreta. Pero esa libreta comienza a autocopiarse de pronto. Y me doy cuenta que soy escuchado, con una cercanía mucho más voraz que cuando escribo novelas. Me espanta pero me gusta.
Hago una pausa. La necesito hacer. ¿Quién soy yo en este inmenso espacio al que le dicen blogósfera? ¿Qué coño quiero decir a quienes tengo cerca, realmente cerca? Pero como sigo sin ser escuchado (ahora sí, según yo) me sigue valiendo madre. Pero escribo, por ganas, por pasión, por pertenecer a este mundo que parece también ser mío, al que tengo acceso, a ese mundo que parece no escucharme y saber todo de mí a la vez. Sigo, pero poco. ¿A dónde quiero llegar? ¿Adónde? Sin saberlo comencé a alzar la voz, en pequeños murmullos, comparando la dinámica con tener un libro en la calle, con la extensión de una novela en la que nadie interrumpe, con la que nadie se puede meter. Les guste o no. Pero la comparación es absurda. Totalmente irrelevante. De nuevo, ¿qué quiero decir? Y viene a mi mente, jodiendo durante varios días, una no tan vieja anécdota.
Yo, sentado en un bar con una renombrada científica, maestra del contrerismo y experta en el debate. Poniendo a prueba mi buen juicio y mi rapidez mental constantemente. Luego de dos copas, actitud más suave: “Tienes que aprovechar las palabras, las sabes usar bien.” Evidentemente le pregunté que de qué hablaba. Entonces dijo, “ustedes son la voz de nuestra generación, los escritores hablan por todos”. Ella me consideraba entonces escritor. ¡Ella! Y sí, habiendo escrito cinco novelas, yo también podría considerarme, ¿o no? Y pensé. Comencé a enterarme con afán profesional de ciertas cosas que me preocupaban del mundo, no sólo como espectador. Busqué fuentes, pensaba en qué me preguntaría ella en un debate, en cómo podría argumentarle. Pensé en callarle la boca toda mi vida. Y escribí una nueva novela. Algo diferente a todo lo que había hecho antes. Más de quinientas páginas, queriendo decir algo, pero aún con la distancia de la gente que otorga la novela.
Dos años después, vuelve a ser hoy. Blogósfera y todo. Estas palabras que sé que alguien leerá, que sé que llegarán a ojos extraños, no sólo conocidos. Y me pregunto de nuevo, cómo puedo tramar mi plan. ¿Cuál es mi plan? Lo encuentro. Pero no tiene nombre. Entonces me doy cuenta de mi trabajo: encontrar ese nombre. Y mis prioridades cambian, y quiero ser leído, y quiero pertenecer, y quiero abrir esa rendija para dejar entrar la luz. Quiero decir aquí estoy. Porque tengo las palabras, porque soy de ellas y porque son mías, porque, como lo he dicho mil veces, tengo tinta en lugar de sangre.
Y lo digo así, escribo ficción porque lo sé hacer, porque puedo. Escribo ensayo porque me da la gana. Escribo poesía para respirar. Y sí, en una misma línea, con una misma voz, con un mismo propósito. Dibujar lo que tengo frente a mis ojos, contarlo. Criticarlo y admirarlo. Hacerlo mío y divulgarlo. Dibujar un mundo que son mil mundos, perderme entre millones y pertenecer a millones. Estar en todos y en nadie.
Para lograr, al final, que alguien voltee hacia atrás y se pregunte cómo era esta generación. ¿Cómo eran entonces? Y las letras, con su sangre, puedan dibujar mis amaneceres.
“Pienso, luego soy”, René Descartes (1596-1650)