lunes, 27 de julio de 2009

GOLDA MEIR

Con un perfecto manejo del idioma local, la señora Meir se reunió con el presidente Nixon a plena luz del día. En Washington. Era septiembre 18, i970. La mujer sabía que era una visita obligada, que el estado que ella dirigía necesitaba de sus habilidades diplomáticas, no de buenas instrucciones. Hay cosas que resultaba importante manejar con sus propias manos. Y esa visita era una de ellas, así como aquellas decisiones de las que dependía la vida de miles de personas.

La visita transcurrió sin contratiempos, acuerdos vitales fueron hechos. Nixon llevaba una agenda apretada durante esos días, visitaría al jefe en España y al presidente yugoslavo. La cosa era a la carrera. Al igual que la vida de la señora Meir, que no podía leer el futuro, pero sí un pasado que impulsaba. Su bola de cristal no le permitía ver que casi dos años después un atentado en las olimpiadas de Munich cambiaría el rumbo de la historia de la inteligencia israelí: su gente no estaba segura. En 22 años de existencia de Israel, la seguridad seguía siendo el asunto principal. Golda Meir lo tenía claro. Su vida estaba puesta en eso, la misma vida que le había hecho presenciar tantas guerras, tantas muertes y tanto sufrimiento en nombre de un ideal, de aquel ideal que la alejó de su familia y la acercó a la otra victoria, a la victoria de millones, a la victoria de la familia de desconocidos y refugiados que buscaban paz. La paz que ahora tenían que mantener con guerras.

En aquella visita a EUA, tampoco podía leer el futuro de lo que sucedería tres años después, en octubre, cuando recibiera el ataque menos esperado por parte de Egipto y Siria, dos poderosos vecinos que llegaron a sacudir el país que ella dirigía con sudor en el día más sagrado del calendario hebreo. En septiembre de 1970 no sabía que aquello ocurriría, aunque su victoria en dicha guerra diría lo contrario.

Su mente no soportó, su vida no soportó, su propio reflejo no soportó. A pesar de ser la mujer de hierro, la madre de un pueblo, a pesar de ser la protectora de un sueño que perdura y que cada vez se nota más amenazado, un sueño que sufre, un sueño en el que millones de personas alrededor del mundo perseguimos con una bandera de paz en la frente. El 11 de abril de 1974, luego de que su partido hubiera ganado en Diciembre del año anterior, tuvo que desistir de la misión: publicar su autobiografía y dedicarse a morir al lado de su hija. El cáncer, en complicidad con la dureza de su espíritu, ganan la batalla el 8 de diciembre de 1978. Esa guerra seguramente no la quiso ganar, el suelo de su Jerusalén la llamaba.

Un sueño que para una mujer nació en Ucrania en 1898 y se consolidó en Estados Unidos años más tarde. Para que luego, en una Palestina ocupada, se convirtiera en una realidad a pulso de muchos, y de la mano de la mujer de hierro. De esa mujer que con gran esfuerzo se encontró con un débil e impopular presidente Nixon en septiembre de 1970 para llevar a cabo la diplomacia que tanto necesitaba un país nuevo, un país en eterna guerra por la paz.

miércoles, 22 de julio de 2009

ESTA CULTURA

No sé si son historias urbanas o locuras pasajeras. Lo que sé es que el conocimiento se presenta de maneras inesperadas y escondidas, en todas partes: por debajo de las piedras y en las gotas de lluvia. El conocimiento está ahí, en las voces de los que no siempre vemos, en las historias extraordinarias de lo cotidiano de la gente, en las musas personales, en la vida y en los sueños de miles de personas. Cada uno es un tema completo para escribir millones de novelas.

Porque aquí, justo en esta computadora, no sólo escucho anécdotas, sino que he aprendido a leer el pensamiento, como cientos de personas han aprendido a leer el mío. He conocido y explorado el pasado y el futuro, he escuchado la verdad de lo que pasa, las noticias y los puntos de vista. Aquí he aprendido a conversar de verdad y a disfrutar de las palabras. Porque lo cotidiano hace la historia, porque lo que no vemos es lo que sentimos.

No sé si es la poesía, la crónica o la narrativa, los micro cuentos o las anécdotas famosas, las experiencias o las ganas de todos por sobresalir, no sé si es la creatividad en su más pura presentación. Es decir, no sé ni madre. Absolutamente nada.

Pero sé que aquí, en las letras de cualquier persona que me esté prestando sus ojos en este momento, en las letras de los que se atreven a escribir, de los que se expresan libremente, de los que hacen poesía con las frases populares, filósofos de clóset y novelistas de verdad. Historiadores y politólogos, cronistas de la vida y soñadores desenfrenados, poetizas con el corazón abierto y emprendedoras de la nueva era; no hay nada, absolutamente nada que no haya visto, en este mismo monitor.

En el mundo como es realmente. Sin máscaras, con la opinión libre y la verdad sin tapujos. El esquema completo de una cultura. Sí, lo digo así: la verdad absoluta detrás de la cultura que nos comunican los medios.

¡Puta madre! Qué emocionado estoy de conocer a gente tan maravillosa.

EL ESPACIO DEL DESEO

Adentrándome en el espacio del deseo
en el más arrollador de los sonidos
encuentro un instante eternamente renovado
Ahí veo los libros que no he leído
las canciones que no he cantado
los besos que me faltan por dar

Y me adentro en el espacio del deseo
el destino más estremecedor y subyugado
Recorro con mis manos las voces y los olores
para lograr sentir de nueva cuenta su piel
Extraño a las personas que no he conocido
tolerando la experiencia no adquirida

Es en el espacio del deseo
donde veo la cara de mi amada
y los encuentros emblemáticos de una vida
la pasión más desolada y la más íntima disposición
paseo subrepticiamente entre tus brazos
intentando respirar de tu dolor

Adentrándome en el espacio del deseo
somos dos y somos uno
somos todos de regreso
hasta llegar a un principio destrozado
Hasta llegar al profundo exceso de nosotros
que nos llevará de vuelta
a la inconsciencia demencial.

martes, 21 de julio de 2009

ESCRIBIR PARA ESCUCHAR

Veo un mundo que se desdibuja, permitiendo ver debajo un panorama desolado. De pronto me encuentro con la rutina de la soledad, con el desencanto de descubrir que cuando se trata de piel, hay alguien que falta en la cama.

En el mundo que algunas veces veo, hace falta un abrazo, y envolver nuestras palabras en oídos verdaderos. Tal vez sobra comunicación y falta cercanía, tal vez sobre melancolía y falte determinación. En el mundo que veo sobran las palabras. Y ese es el peor padecimiento de una civilización.

Descubro, mientras viajo en mi propio abismo, que la nostalgia puede inscribirse en un sinfín de realidades alternas que viajan por un cosmos electrónico del que algunos corazones son esclavos. ¡Uf! Suficiente.

Mejor me dedico unos minutos a confesar, a soñar y a buscar nuevos cómplices, a esconderme de los que me ven y a enseñarme abiertamente de aquellos que no me ven. A decir mis secretos a aquellos solitarios que lo quieren ser y a los que simplemente no tienen opción, a los que necesitan la piel en debajo de sus manos intentando penetrar el resto de sus cuerpos.

¡Vamos a hablar! Con una chingada… quiero hablar con todos. Solitarios y no, populares y no, locos y cuerdos, enfermos y sanos. Todos. Quiero entender que soy parte de un mismo planeta que la gente que se encuentra dentro del monitor en el que veo lo que escribo.

Me rehúso a seguir buscando una torre de marfil, me rehúso a hacer de mi voz un escondite. Me rehúso a callar con palabras, me rehúso a la soledad que tanto rechazo. Me rehúso. ¡Punto! Ahora quiero gritar si me da la gana y soñar si quiero. Y quiero hacerlo con aquellos que me leen, con uno o con dos, con mil o con cien mil.

¡Por favor! Porque cada vez descubro más lo que pasa con el mundo, cada vez descubro más que aquellos solitarios están cerca de mí y tienen voz. ¡Tienen letras!

Somos nosotros aquellos que encontraremos a las musas y que haremos la belleza, aquellos que informaremos, aquellos que cambiaremos el rumbo de una sociedad, somos nosotros los cronistas. Porque somos leídos, porque tenemos voz, porque tenemos sangre hirviente. Porque hoy, la bola está en nuestra cancha. El papel ahí sigue, pero la voz se inclina al aire de los chips. Ese aire en el que yo he cobrado vida y en el que he encontrado un nuevo elemento recientemente.

¡Puta madre! Me sofoqué.

Empiezo de nuevo con el contacto de la piel, con el roce necesario para la respiración y la saliva ajena en nuestra boca que nos hace sentir. De nuevo regreso a las transgresiones humanas que parecen completar nuestra existencia y llevarnos a ese paradisiaco destino que posiblemente encontremos alzando la voz.

Ahora sí, por favor, quiero escuchar sus voces diciéndome en secreto y a gritos lo que piensan. ¿Podemos hablar por favor?

Hasta pronto.

domingo, 19 de julio de 2009

LAS OTRAS MUSAS

Son sólo cuatro las musas aunque no las voy a mencionar. Las musas de la espalda, de la silla y del elevador son otra cosa. Son cuatro las musas fantasmas, las que se esconden y detrás de las paredes me hablan al oído. Pero no incluyo con esto la musa del té, del café y del teclado.
Son sólo cuatro y las puedo ver escondidas en el cristal de mis lentes. Me hacen escribir, porque me emociona su existencia. No sé qué sucederá cuando ellas se hagan una como la noche con la lluvia, pero sé que son cuatro y no incluyen a la luna.

No tengo idea cómo lo logren, pero se enredan entre las hojas de papel, llenan de belleza mis palabras, bueno, más bien me hacen escribir más rápido, con esa rapidez que no da la musa que recoge la basura frente a mí antes de cerrar el café del que me corren. No, tampoco incluyen a la maravillosa musa que me sonríe con tres dientes y me cambia el día por uno optimista. No, mis cuatro musas son distintas pero no las voy a mencionar.

Imposible dejar esto claro sin mis cuatro musas escondidas que no incluyen mi mochila ni los libros que leeré. No. No. No. Estas musas son distintas y tal vez no estén en el periódico ni en las revistas que siempre leo. Mis musas son mías.

Porque viajan por el aire para acompañarme, para llegar a mis dedos y producirme cosquillas mientras escribo, las musas de hoy no incluyen a la que responde los teléfonos de servicio a cliente y me dice con su mejor voz hola. Ni a la que mañana saldrá a pasear al cachorro de alguna dueña antes de las siete. No, esas musas hacen mi vida, pero éstas cuatro son distintas y no las voy a mencionar.

Son mis musas aspiracionales, que cambian el rumbo de la noche y tampoco incluyen a las musas mágicas y maravillosas que sólo salen los domingos a pasear.

ALGUNA VOZ

Si alguien necesita salir a pasear por el aire fresco de una noche justo después de la tormenta, o si alguien necesita devorar un corazón antes de dormir, pueden acudir al club del crucigrama: un lugar oscuro en el que se puede descansar y vivir la soledad más dolorosa en medio de un masaje de palabras, incrustado en una antigua imprenta iBook, o sintiendo como el aire escapa de los pulmones.

¿Alguien quiere continuar el show que otro comenzó? ¿Seguir el camino con pasos añejos que nos llevan al destino? ¿Dónde puta madre está Miles Davis cuando más lo necesitamos? Pero por lo pronto nos enteramos que vivimos en un mundo, y que la distancia no es ensueño y que los olores no son siempre verdaderos. Los perfumes y las máscaras escondidas tras las letras.

Un momento. Pausa. Hora de suspirar. ¿Dije suspirar? Lo siento, ¿en qué traigo la cabeza? Hora de respirar. Para comenzar de nuevo.

¿Alguien está interesado en más letras? Electrónicas o no, papel y tinta, ruido o sonido, esperanza o desilusión, ¡qué más da! Sólo son letras. Nuestras letras, las que nos describen un trayecto y nos cuentan las historias, las que llegan a informarnos quiénes somos y por qué. Esas letras que describen nuestra imagen y se cuadran obedientes a una orden superior a nosotros mismos.
Perdón, ahora regresaré a los temas serios, a la guerra de poderes, el Internet y la soledad, el trabajo y el delirio, nuestras mañanas desalmadas y el intenso atardecer de tele y sólo té. Al regreso de un día cotidiano.

El viernes murió un periodista de un madral de años (92, o sea, noventa y dos), venerado presentador de la CBS dicen algunos medios (El país 18 de julio 2009), el sábado se cumplieron quince años del mayor atentado en contra de judíos en Latinoamérica y mañana se cumplen cuarenta años de la conquista (¿será esa una palabra correcta?) humana de la luna (¿será esa la expresión correcta? Y yo sigo insistiendo que no encuentro a Miles Davis cuando lo necesito, cuando el mundo en el que vivo va más rápido de lo que Mafalda pensaba y Pérez Reverte escribe al mero madrazo para un periódico mexicano. ¿Qué podría hacer Miles Davis por Neil Armstrong? No lo sé. Hoy no lo sé. Hoy estamos en otro año de otro tiempo y de otra vida. Hoy no entiendo.

Pero las palabras siguen existiendo, y nos siguen amenazando, persiguiendo. La poesía sigue haciéndose presente aunque se esconda tras piel muerta de serpiente. La poesía de verdad aún existe, lo crean otros o no. Seguimos rodeados de tinta y de esperanza negra, de papel casi blanco y de nostalgia de colores. Seguimos rodeados por aquello que entendemos nosotros mismos a través de lo que la palabra transmite a nuestros ojos.

¿Alguien quiere subirse al barco de un capitán desconocido? Por favor. Necesitamos adeptos en nuestra insoportable noche de tormenta, necesitamos seguidores en un mundo cada vez más confundido. Necesitamos jazz y helado. Voz en tinta y musas por descubrir.

jueves, 16 de julio de 2009

POESÍA URBANA 1 (CENTRO - DF)

Thelonious Monk perdido una mañana. En el centro de la ciudad de México: el organillero no lo deja tocar el piano a gusto en Starbucks.

Estruendoso merolico tras el monitor de una pc.

Hoy es siempre y no hay historia que se esconda.

El encuentro con los años no ha llegado y sigue vivo.

Sudor en el escote involuntario, piel morena y sangre hirviendo. Pasos cortos. Pantalones de mezclilla.

El olvido y la memoria, distinguidos compañeros.

Carne viva al sol que nunca muere.

Sensual atardecer entre panfletos.

El organillero, en la ciudad de México y cien años desvestidos: Britney lo silencia en las esquinas.

miércoles, 15 de julio de 2009

CRONISTA DE ESTA ERA

Entro en un mundo nuevo y no entiendo cómo explicarlo. Además, no quiero sonar sentimental. Las letras son mi vida y no voy a decir nada más al respecto. Últimamente he encontrado una nueva voz, una voz fuerte, una voz de verdad: los blogs. Me siento aquí, escribiendo en uno de ellos aquello que puedo escribir, sintiéndome mudo ante un inmenso planeta frente a mí, nuevo, al parecer desconocido. Con miedo intento formar parte de él. Heme aquí. Novato, neófito.

Entonces comienzo, intentando buscar una pequeña rendija que me permita ver la luz, años atrás, luego de haber publicado por primera vez en el viejo método, el papel. Busco esa rendija con todas mis fuerzas, y las letras me exigen más, y me doy cuenta pero no quiero hacerlo, ¡puta madre! Soy novelista. Pero algo me llama, y leo más, y busco más y poco a poco me voy adentrando gracias a la magia de no ser escuchado, de saber que publico algo que nadie leerá, con la tranquilidad de saber que existo ahí, pero solo. Tan solo como cuando escribo en mi libreta. Pero esa libreta comienza a autocopiarse de pronto. Y me doy cuenta que soy escuchado, con una cercanía mucho más voraz que cuando escribo novelas. Me espanta pero me gusta.

Hago una pausa. La necesito hacer. ¿Quién soy yo en este inmenso espacio al que le dicen blogósfera? ¿Qué coño quiero decir a quienes tengo cerca, realmente cerca? Pero como sigo sin ser escuchado (ahora sí, según yo) me sigue valiendo madre. Pero escribo, por ganas, por pasión, por pertenecer a este mundo que parece también ser mío, al que tengo acceso, a ese mundo que parece no escucharme y saber todo de mí a la vez. Sigo, pero poco. ¿A dónde quiero llegar? ¿Adónde? Sin saberlo comencé a alzar la voz, en pequeños murmullos, comparando la dinámica con tener un libro en la calle, con la extensión de una novela en la que nadie interrumpe, con la que nadie se puede meter. Les guste o no. Pero la comparación es absurda. Totalmente irrelevante. De nuevo, ¿qué quiero decir? Y viene a mi mente, jodiendo durante varios días, una no tan vieja anécdota.

Yo, sentado en un bar con una renombrada científica, maestra del contrerismo y experta en el debate. Poniendo a prueba mi buen juicio y mi rapidez mental constantemente. Luego de dos copas, actitud más suave: “Tienes que aprovechar las palabras, las sabes usar bien.” Evidentemente le pregunté que de qué hablaba. Entonces dijo, “ustedes son la voz de nuestra generación, los escritores hablan por todos”. Ella me consideraba entonces escritor. ¡Ella! Y sí, habiendo escrito cinco novelas, yo también podría considerarme, ¿o no? Y pensé. Comencé a enterarme con afán profesional de ciertas cosas que me preocupaban del mundo, no sólo como espectador. Busqué fuentes, pensaba en qué me preguntaría ella en un debate, en cómo podría argumentarle. Pensé en callarle la boca toda mi vida. Y escribí una nueva novela. Algo diferente a todo lo que había hecho antes. Más de quinientas páginas, queriendo decir algo, pero aún con la distancia de la gente que otorga la novela.

Dos años después, vuelve a ser hoy. Blogósfera y todo. Estas palabras que sé que alguien leerá, que sé que llegarán a ojos extraños, no sólo conocidos. Y me pregunto de nuevo, cómo puedo tramar mi plan. ¿Cuál es mi plan? Lo encuentro. Pero no tiene nombre. Entonces me doy cuenta de mi trabajo: encontrar ese nombre. Y mis prioridades cambian, y quiero ser leído, y quiero pertenecer, y quiero abrir esa rendija para dejar entrar la luz. Quiero decir aquí estoy. Porque tengo las palabras, porque soy de ellas y porque son mías, porque, como lo he dicho mil veces, tengo tinta en lugar de sangre.

Y lo digo así, escribo ficción porque lo sé hacer, porque puedo. Escribo ensayo porque me da la gana. Escribo poesía para respirar. Y sí, en una misma línea, con una misma voz, con un mismo propósito. Dibujar lo que tengo frente a mis ojos, contarlo. Criticarlo y admirarlo. Hacerlo mío y divulgarlo. Dibujar un mundo que son mil mundos, perderme entre millones y pertenecer a millones. Estar en todos y en nadie.

Para lograr, al final, que alguien voltee hacia atrás y se pregunte cómo era esta generación. ¿Cómo eran entonces? Y las letras, con su sangre, puedan dibujar mis amaneceres.

“Pienso, luego soy”, René Descartes (1596-1650)

martes, 14 de julio de 2009

UN PAR DE HORAS ATRÁS

Lo único necesario era llegar. Estabas truncada en medio de la noche, completamente abrumada por lo que parecía tu destino. Estabas ahí, llorando: no tienes otra forma de estar. Y caminaste, hacia lo que pensabas que te salvaría, pero por dentro sabías que nada te salvaría, que estabas rota. Seguiste caminando, en medio de una oscuridad que brillaba comparada con tu risa, una noche tétrica. Sola tú contra tu vida.

De pronto, sin excusa, te mueves por el universo intransigente, por ese universo tan lleno de desesperación y regresas a la sensualidad, a esa única arma que podría salvarte. La sensualidad no te lleva a nada cuando caminas al vacío.

Hace un par de horas eras Patricia Arnau, una simple provinciana intentando sonreír. Hace un par de horas tu cuerpo brillaba cálidamente. Hace un par de horas existías, eras perfecta: tus secretos estaban en orden. Hace un par de horas, tu más íntima humedad era preciada. Y sólo eres tú, al filo de la noche oscura, regresando a tu vida. A la sensualidad más pura, a la más patética, a la que dibuja tu cuerpo con cincel sobre roca, la que dibuja un burdo cuerpo guardando un alma podrida. Antes todo era distinto.

Patricia Arnau te llamabas hace un par de horas. Antes de salir de tu avatar para llegar al otro mundo, tal y como es.

lunes, 13 de julio de 2009

ENTRE MUSAS Y PERIÓDICOS

Mientras preparo un documento serio, de esos que parecen ser elaborados y necesitan de papeles y papeles encima del escritorio, alguien me pregunta si estoy rodeado de musas. No puedo soportar la risa y dejar a un lado los documentos, libros, periódicos, revistas y rayones. Necesito darme tiempo. No puedo dejar de pensar en lo necesario que es de pronto el tiempo para desbloquearme del trabajo de escribir haciendo lo que más me gusta, escribir.

Ataque de histeria. Me desespera ver mi escritorio lleno de cosas. Me levanto, comienzo a recoger todo lo más rápido que puedo, pero no sé qué hacer con tanta mierda, así que la acomodo en un escritorio desocupado cerca de mí, mientras lo hago, volteo a ver a las señoritas que se encargan de diversas tareas y recuerdo a las musas de las que me preguntaban minutos antes. No puedo controlar una carcajada. Lo siento, no puedo, intento buscarles cara de musas. No. No son lo que yo llamaría musas: pero, Cohen, son las que te están inspirando a escribir lo que escribes. ¡Uy! Sí es verdad. Pero sigo corriendo, me sigo volviendo loco. ¡Necesito urgentemente desocupar mi escritorio! Y de pronto, surge el término: musas oficinistas, que yo expresaría mejor como musas oficineras. Y pienso que quiero escribir de eso, pero no puedo escribir porque estoy muy ocupado limpiando mi desmadre de cuando estaba escribiendo. Entonces limpio más rápido y hago más desmadre. Me canso. Un café. Me relajo. Hago todo a un lado –como basura bajo la alfombra–, dejo limpio el frente de mi escritorio y regreso a las musas oficineras.

Y aquí estoy, escribiendo de qué es lo que se necesita para escribir, si en vez de musas se necesitará una palabra mágica, una paz extraña o una inspiración alterna. Pienso en qué se necesita para escribir de cosas serias, y en qué se necesita para escribir poemas, o qué se necesita para contar una historia. Lo único que encuentro de común denominador son las letras. Ahí fue donde se me ocurrió que podría existir La Musa Intelectual: una especie de inspiración que funcionara para los textos serios –¿estoy hablando mucho de los textos serios? ¿Existe alguna duda de cuáles son los textos serios?–, en fin, el objetivo de La Musa Intelectual es motivarme a escribir análisis, artículos, ensayos y cosas complicadas, también podría encontrar a La Musa Twittera, una que me inspirara a meterme con el pie derecho en el lado chip de mi escritura. ¿Por qué no? Podría pensar en La Musa Bloggera, para que me inspirara a estar al día y seguir publicando. Y viene a mi mente la narrativa: las novelas. La Musa de las Musas. Ahí es donde descubro que no hay más musa que la misma vida, que lo que ven mis propios ojos, es decir, que las musas oficineras. ¡Me encanta! Mi musa es la de la coca, el gansito y la barriga, la del chicle eterno, la de las combinaciones excéntricas (sí, es la mejor forma de describirlas). Mi musa perfecta es lo que tengo frente a mí en mi día a día: en una sonrisa con pocos dientes, en una vendedora de Metro, en un sueño surrealista o en una etapa mágica de mi vida.

Mi inspiración es lo que veo, y la musa intelectual, posiblemente la encuentre en alguna que salga en los periódicos, o en una de las añejas fotografías promoviendo las pasadas elecciones. Uno nunca sabe. Tal vez cualquiera de las personas que nunca soñaron con ser musas se conviertan en musas de un aprendiz de escritor intentando dar fe del mundo en el que vive, intentando hacer poesía de lo que hay debajo del sol, intentando contar sus historias, de una u otra forma, como pueda, pero intentando llorar tinta para que ésta humedezca los ojos de alguien más.

Entonces volteo a ver mi desmadre, peor de lo que estaba más completo y más perfecto para ser un desmadre ideal. Veo toda la tinta que hay sobre mi mesa, todas las musas. Me emociono de vivir en el mundo en el que vivo. Tomo otro café y siento como la gastritis me habla para decir que soy un imbécil. Pero no me importa, regreso a mi desmadre de papel y letras, a mi propia computadora, al descanso que me estoy tomando y al teléfono con diarrea.

Amo esta pinche vida, carajo. Amo a las musas que se aparecen cada día y a la musa que le da sentido a mis días. Ahora sí, de regreso a los textos serios. Aunque espero, por ningún motivo fallarle a Saint-Exupéry y estar convirtiéndome en una persona mayor.

Nos vemos pronto, ¿no?

viernes, 10 de julio de 2009

LA TINTA, LA VIDA Y LAS NEURONAS

Tenía ganas de sacar mis lágrimas en forma de tinta, desplegar mi frustración en el papel. Y aquí estoy, sin lágrimas y sin frustración: encontrando un espacio en blanco para sentirme un poco más yo, para darme cuenta que existo, y existo sólo por medio de las letras. Entonces me entra el nerviosismo, ese dolor de estómago que sube por mi cuerpo hasta convertirse en una presión majestuosa en mi cabeza. ¿Y ahora qué? ¡Puta madre! Esa es la pregunta que nunca voy a poder contestar: ¿ahora qué? Se conglomeran pensamientos y obligaciones en mi mente se amontonan las ideas, las palabras de input y de output. ¡Se me acaba la vida! Se pasan las horas y yo no he hecho nada de mí mismo. No sé qué sea lo que quiero hacer, pero lo quiero hacer. Entonces empiezo a dar vueltas con la cabeza y a hacer mil cosas a la vez, es decir, nada. Trabajar. Trabajar. Trabajar. Entro en mode robotesco y siento como mis neuronas se suben borrachas a una montaña rusa. Y gritan. Y lloran. Y ríen. Mientras tanto yo, pensando en Juanito, en los mormones, en Obama viéndole las nalgas a quién sabe quién.

Quiero controlar todo escribiendo, y en medio de una verborrea distinguidísima, mezclo la ficción con la realidad. Entonces digo ¡ajuá! Y me subo a la montaña rusa junto con mi estómago y mi cabeza, ahora sí, todos mis nerviosos órganos y yo estamos en la misma frecuencia. Disfrutando de la mala vida, disfrutando de las lágrimas atoradas y de las risas reprimidas, disfrutando de las anécdotas que hacen feliz mi existencia: tal vez las mismas que la pueden llegar a hacer miserable.

No entiendo. Pongo pausa y toco un tema.

Hora de hacer una confesión. Todos aquellos que me leen por aquí me hacen dan seguridad. Me siento importante por ser leído, digo, no con todos los lectores de mis novelas convivo, pero sí con todos mis lectores electrónicos. ¡Uy! Me siento importante. Me siento más grande y más fuerte, más listo para seguir adelante, más… no sé, completo. Tengo amigos, tengo historias, tengo ilusiones, tengo tristezas, tengo una vida completa. ¿Y luego? Tengo letras, de las mismas letras que he estado hablando, esas que me acompañan dentro y fuera de la máquina. ¿Y la poesía? ¿Y la narrativa? ¿Cuál de los dos soy yo? ¿El de aquí o el de allá?

Volteo a ver mi escritorio y encuentro un hibrido entre desmadre y orden, entre un escritor y un ¿ejecutivo? Me da risa. Imagino la vida y veo al mundo nublado. Irán, Honduras, Juanito, el PRI, Obama. Twitter, facebook, blogs, netvibes. Compras, ventas, plumas, oficinistas, corbatas. Sexo, esperanza, dolor, alegría, locura. En verdad me da risa darme cuenta que sí, existe el mundo: uno por cada uno. Pero existe este universo. Y creo que me estoy divirtiendo mucho sufriendo en él.

Bueno, al menos ya me di mi baño de tinta. Gracias por leer.

¿Dije gracias? Creo que no… ¡GRACIAS!

jueves, 9 de julio de 2009

LA MADRUGADA DE EUGENIA

En medio de una búsqueda estructurada, encontró el camino más directo a la locura. Nadie atinaba a decir las palabras correctas cuando ella aparecía, nadie atinaba a decir las palabras correctas al hablar de ella.
La oscuridad se volvió oportuna. Entró a su habitación sin hacer ruido, buscando un espacio vacío en su propia cama para poder dormir, recorrió la noche con su memoria y se detuvo un segundo en esa botella de vino que le impidió soltar el libro a pesar de lo tarde que era. Y en aquel momento, entrada ya la madrugada, esa famosa cantante de ópera sonreía sin querer hacerlo, sabiendo que había llegado el fin de la vida como la conocía. El libro no fue lo que hizo que el fin llegara, simplemente fue el catalizador que logró que ella lo supiera.
Sólo tenía que decidir cómo morir.
Salió de la habitación sollozando, no pudo ocupar el lugar entre las sábanas con su pareja, no pudo respirar su mismo aire: el dolor que le causaba recordar aquellos momentos de pasión que hoy se veían tan lejanos le impedía concentrarse en sus últimas horas. Había dedicado toda su vida a la voz, y ahora, la voz no valía nada: esa voz sin cerebro y sin sentido la obligaba al silencio, a permanecer en ese silencio más absurdo sin reparar en el pasado. No tenía duda: se había vuelto loca, y había encontrado el mejor camino para lograrlo. De no haber sido por ese libro.
Cayó dormida sin quererlo, esperando que nunca llegue la mañana, regresando en sueños a su infancia, a su voz, a las multitudes. Quedó dormida sin hacer evidente su intención de terminarlo todo. Y al dormir, no controlaba su destino. Cada página de aquel libro se mezclaba con el vino para convertirse en imágenes que apuntaban al final de su voz: al final de su vida.
Entre violines, chelos y notas, despertó aquella mañana. Es difícil la soledad, sobre todo al descubrir que algo ha cambiado, al descubrir que tu cuerpo ya no es tuyo, ni tus sueños, ni las imágenes, ¡ni tu voz! ¿Dónde quedó la voz? ¿Dónde quedó ella misma?
Despierta, Eugenia, despierta. Camina hacia tu vida. Nada es como antes porque antes no existió, camina Eugenia, ante la multitud que te aclama, ante esa soledad que no permite que nadie vea tu desnudez, tu piel perfecta y la sensualidad de tu persona. Despierta, Eugenia, que ya no son violines, que nunca has sabido cantar, que nunca has sido nadie. Despierta, Eugenia, con el rastro de aguardiente en tu organismo, con tus sentidos expuestos como siempre, con tu vida muda y solitaria. Nada ha cambiado, porque no tienes antes, porque sólo hoy existe. Porque no hay libro ni vino para quien no sabe leer.
Y porque hoy, al igual que durante los últimos quince años, las calles te esperan. La muerte sin voz y sin violines te espera. Un día más, Eugenia: otro igual a todos.
Todavía no llega el privilegio de morir.

martes, 7 de julio de 2009

¿SOMOS, NOS HICIERON O FUIMOS ESPECTADORES?

¿Qué pienso? Estoy sentado, tomando un café y viendo –no leyendo– la portada de tres periódicos. La estrella: el partido ganador. Los demás: íconos del gran fracaso. Tomo un trago de café, quiero prender un cigarro pero recuerdo que ya no dejan fumar en las oficinas, sigo viendo el desmadre de mi escritorio –periódicos incluidos– y vuelvo a preguntarme qué pienso. Entonces una micro lluvia de ideas aparece dentro de mi frente en un segundo. Y no alcanzo a leer toda esa información en mi cabeza, así que vuelvo a ver los periódicos. Y ¡kabúm! Palabras.

Dejo el café a un lado –casi lo derramo encima de mi computadora, por cierto– y recuerdo el comentario que poco tiempo antes me había dejado un brother en este blog. Acerca de ya no poder seguir de espectadores ante la triste y jodida situación política de nuestro país. ¿Y entonces? Le tengo que responder algo, ¿no? Tomo más café. Ya está frío, ni modo, igual me lo tomo –cuando uno necesita cafeína, la necesita– extraño más un cigarro y abro una nueva página en blanco. Intimidante –no importa cuántas páginas junte a través de los años, siempre me va a intimidar la página en blanco–. Ya no me pregunto qué pienso, porque ya lo sé, ahora lo que tengo que intentar hacer es tratar de dar el ancho con las manos para que las ideas lleguen a tiempo a las yemas de mis dedos. Bum. Bum. Bum. Taca. Taca. Taca. Taca. Recuerdo la diferencia entre ser un novelista y ser un periodista, ¡yo no sé escribir así! Me aterroriza el contacto directo con el lector, soy nuevo en esto. ¡Joder! Pero no todos los días va a ser siete de julio, así que más me vale apresurarme en mi nueva tarea escribiendo blogs. Las letras me agarran del cuello y me dicen “vas”. Así que, pues voy.

Pienso en las propuestas que no encontré en las campañas políticas, y pienso en todo lo que no vi. En todo lo que está mal. Y de pronto veo que ya sé qué ganó, y aunque sigo sin saber para qué ganó, se me ocurre algo. ¿Qué tiene que hacer el nuevo campeón de la carrera para mantenerse en primer lugar dentro de tres años (que al final del camino es lo que más les importa)? El camino más seguro y más fácil es hacer las cosas bien, tener una mente fría ante el poder y no hacer mucho ruido, pensar las cosas como las pensaron en campaña mientras sus contrincantes se devoraban vivos. Y luego de eso, proponer: buscar tener contenta a la gente hasta donde más se pueda. Evidentemente, eso sólo será un oasis, porque tarde o temprano, el poder se les subirá a la cabeza y junto con éste el autoritarismo y el dinosaurismo y los setenta años y la manga del muerto; pero en el inter, mientras sigue siendo oposición, tiene que haber un cambio considerable, un remedio que nos medio mantenga callados. Algo bueno por el hecho de hacer bien. Eso durará unos años, ¿cierto? No muchos, pero algunos. Ahora, si esto sucediera, tendríamos una nueva oposición que de no hacerse fuerte desaparecería como desapareció durante tanto tiempo. Así que tendría que vivir el proceso que vivió el PRI durante los últimos nueve años, en los que se convirtió en una fuerza política de tercer nivel. Eso nos llevaría a un intento de mejorar para mantener, de ahí, un esfuerzo por mejorar para regresar, y así sucesivamente. Eso sí sería alternancia, eso sí sería competencia. Ahí sí habría posturas políticas, porque de otra forma, se los carga la bruja como se los está cargando en este momento. Todos sabemos que si le damos la mano al ganador, tarde o temprano nos la morderá, es por eso que necesitamos lo que estamos viviendo.

Yo sigo en espera de las propuestas, pero ahora más que nunca, ahora quiero saber cómo van a echar la carne al asador para mejorar su táctica y hacer felices a más mexicanos, con estructuras financieras, políticas, de seguridad. No lo sé. Con auténticas propuestas palpables, cuantificables: de esas que a mí no se me ocurren porque no soy político (evidentemente). Pero ahora considero que el ser espectador tampoco va a ayudar, ahora creo que necesitamos exigirle al ganador que nos demuestre no porqué gano, sino para qué ganó. Que le demos oportunidad de presentarnos la propuesta de la que tan hambrientos estamos y que demos oportunidad a los otros de reformarse para levantarse de nuevo de nocaut. Y ahora sí exijamos: o proponen, o se los comen los gusanos. Punto.

Por otra parte, pensé que descansaríamos de los anuncios electoreros, pero ¿qué chingaos hace ahora Chucho Ortega hablando en el radio? ¿En verdad, ahora qué quiere ganar? Muerto el perro se acabó la rabia, que se vayan a comprar otro perro y se pongan a trabajar.

Yo ya me preparé otro cafecito, está caliente de nuevo, y ya que me desaté un ratito, me preocupo por seguirle dando a la ficción que finalmente es mi oficio: contar historias. Pero habiendo respondido a los comentarios de dos compadres. Así que, ahí me avisan.

Hasta pronto, ahí nos vemos…

lunes, 6 de julio de 2009

6 DE JULIO:GANADOR, EL CHISME

Desperté de madrugada como cada día, pero con un pendiente particular: me urgía recibir el periódico. El señorcito que me lo viene a traer día con día decidió llegar tarde una vez más –descubrí que no hay un patrón particular para su llegada a tiempo o no, absolutamente arbitraria–, pero en esta ocasión yo lo toleré menos.

Pues sí, quería ver qué había sucedido con las elecciones del tan sonado domingo 5 de julio. Pero me di cuenta que mi curiosidad era distinta, era un tipo de morbo chismoso a ver qué había sucedido, cómo había reaccionado uno y cómo había chillado el otro, quién había llorado y quién había mentado madres.

Entonces veo que ese reality show del que recién formamos parte todos los mexicanos, siendo atentos espectadores a un Big Brother político en el que los jugadores sólo esperan hacerse famosos y salir en la tele, en donde el concurso es ver quién suena más en el radio o quién tiene la mejor sonrisa Colgate, ese espectáculo publicitario que nos daba tema de qué hablar en la oficina y en el café con los cuates, terminó de la misma manera en la que comenzó: hablando del chisme de qué equipo metió más goles, no de cómo nos va a ir, o de las repercusiones de un asunto tan serio, sino de quién noqueó a quién, de quién arrasó con quién, de quién le pegó al preciso o quién logró hacer su punto, porcentajes. ¿Qué quiere decir el porcentaje del que todos hablan? Quién chingaos sabe… pero lo que sí sabemos es quién ganó.

Durante todo el proceso electorero, sólo se me ocurría pensar que estaba siendo testigo de una estrategia meramente publicitaria (que por cierto, ya me traía hasta la madre) en vez de una campaña política.

En fin, apoyándome en el texto de un compadre, anoto que se me hace maravilloso que ya nos dejen de joder con sonrisas falsas y propuestas vacías, porque de plano yo ya estaba sobresaturado; que ya sé quién fue el equipo arrollador en esta carrera de coches, que le metieron un mega upper al presidente en el mentón y que el equipo de expertos de Ana Guevara resultó ser un equipo de expertos en atletismo. Que la pobre Lupita Loeaza tuvo que deshacerse de su tan querida cuenta de twitter quién sabe porqué. Que unos lloran, otros ríen y otros ya hasta se ponen la banda presidencial anticipadamente. El reality show estuvo espectacular: ya se quién ganó. Pero sigo sin saber qué ganó o qué perdió México, tal vez seré demasiado ingenuo para preguntarme algo así, tal vez es demasiado complicado como para que un escritor inexperto en política pueda comprenderlo. Pero lo que sí sé es que por más que intenté enterarme de qué carajo proponían nuestros candidatos, no lo logré. Al menos, no encontré nada convincente.

Y hoy, me sigo enterando de chismes y no de propuestas. Sigo leyendo palabras que buscan ser ingeniosas y que no dicen nada. Sigo sin entender de qué se trata el juego, perdón. Ya vi los goles, ya vi quién ganó, pero no sé contra quién se jugará la siguiente etapa, ni cómo se hará para vencer la lucha real, la lucha contra un mundo que se está cayendo a pedazos frente a nuestras narices, un mundo que cada vez sufre más y que nosotros queremos arreglar con sonrisas Colgate y con spots populacheros.

¿Y ahora qué?

FIBRA DE VIDRIO Y COMETAS

Imagino la sensualidad en la que pensaban ciertos poetas de antaño. Imagino la luz que alcanzaban a ver los pintores del siglo diecisiete. Imagino lo sueños de músicos y las aventuras de los toreros de los que habla Hemingway.

Pienso de pronto en el mundo en el que vivo, el mismo mundo que incluye la fantasía y las más crudas realidades, Alice in wonderland y dictaduras totalitarias. Pienso –aunque repito, no me gusta hacerlo– en las alternativas que vivimos, en la nueva belleza, en la esperanza de un mundo mejor y en una generación que alza la voz. Pienso que las mujeres hoy son más hermosas, y pienso que los hombres pueden ser más fuertes, que la inteligencia puede aumentar y que la creatividad es ya una necesidad vital. Entonces, entre cursilería y aparatos viejos de sonido intentando tomar forma de teclado en mi muy atarantado cráneo, entre juegos de video desconocidos y patrones matemáticos extraños, encuentro (así me lo había dicho un amigo) que detrás de las letras que vemos en las pantallas, siguen existiendo los humanos, que seguimos siendo nosotros y que nos duele la muerte y la miseria. Que queremos hacer algo por nosotros mismos: hoy me doy cuenta que la mayoría de la gente busca un mundo mejor. Y pacíficamente, desde nuestras casas, con una conexión de banda ancha –¿se dice así?– es suficiente para alzar la voz, para movernos y para hacer algo al respecto.

Creo que estoy orgulloso de la generación en la que vivo. Creo que me siento agradecido porque me haya tocado nacer cuando nací, creo que ser joven hoy en día se convierte en un lujo que muchas generaciones del pasado hubieran querido tener.

Y regreso a la sensualidad de los poetas, a esa sensualidad que se dibuja tras los siglos de la pintura, que permanece a través de los años, que nos hace sentir con una magnitud increíble. Creo en la belleza hoy más que nunca. Y creo los artistas, hoy tienen la oportunidad de mostrar al mundo que existen, y que pueden seguir haciendo que las mujeres se derritan y que los hombres lloren.

Yo creo en las letras. Pero también, creo en cada una de las personas que se ha cruzado en mi camino para darles vida. Creo en el arte.

Y sí, por más serio que parezca el tema tengo que aceptarlo: creo en la red.

domingo, 5 de julio de 2009

REALIDADES

¿Existirá la palabra realidades? Según yo, en teoría, la palabra sólo podría ser utilizada en singular, ¿o no? En base al mundo como lo comprendemos, hay una realidad. Puede ser diferente para cada quien, comprendida de forma distinta, hablada y estudiada, disertada y disecada, pero sigue siendo la realidad.

Ahora, la comunicación es una palabra tan ambigua como realidades. Vivimos y dejamos vivir, ese lema es maravilloso mientras nos permitimos pensar que ojos que no ven, corazón que no siente. Tal vez no me esté explicando, pero ya qué.

Hay un tipo que conozco, tal vez para este texto, incluso puedo decirle amigo. Y como no se va a enterar de que estoy hablando de él, hasta le voy a inventar un nombre. Para fines meramente prácticos le pondremos Joaquín. Pues Joaquín tiene una reunión el sábado por la noche, un par de horas antes me confiesa que no quiere ir solo, a mí se me hace fácil decirle: “No te agobies Juako, búscale en mis contactos de feisbuk y si encuentras a una niña que te guste y soltera pues te doy su número y la invitas”. (Nota personal número uno: los nuevos blind dates que incluyen fotos en bikini han mejorado mucho la ciencia de la penetración de los hombres en las vidas telefónicas de las mujeres a las que llevarán a cenar próximamente). Le pareció buena idea. Joaquín fue atento a las indicaciones y hasta podría decir que considerado, hizo una lista completa de los nombres de las niñas de cuyos avatares pudo distinguir belleza indiscutible y me llamó con la lista en mano para evitar las numerosas llamadas telefónicas. Se lo agradecí y entre Tere y yo conseguimos los datos y los teléfonos de algunas de ellas para dárselos: “No seas cabrón, Juako, fíjate a quién le llamas y a quién no, si te batean un par, le paras… no te quemes”. Horas más tarde, ya en la reunión, me doy cuenta que Joaquín no llega… y no llega… y no llega, ni solo ni acompañado con alguna de mis bellas amigas. Me pregunté qué tan abusado será el joven. Tal vez está en una fiestita privada con una de mis santas amigas en su depa. No llamé para no molestar.

La historia es como sigue: la realidad alterna de Joaquín, similar a la realidad alterna de otras personas que conozco y similar a la realidad alterna de mi propia vida, se vuelve un mal necesario de nuestra generación: la necesidad de sentirnos acompañados, comunicados, la necesidad de sentirnos importantes y comprendidos, de ser escuchados. Siempre he pensado que entre nuestros conocidos nosotros somos mucho más de lo que en verdad somos, por decir algo, en nuestro trabajo. O sea, nunca nos nombramos a nosotros mismos “clases B” o “achichincle”, nos gusta más la idea de ser ejecutivos o gerentes o burócratas, pero de mayor nivel del que realmente somos. Supongo que también eso será fácil en el mundo cibernético –¿todavía se usa la palabra cibernética o ya es muy poco geek?–. Cuando estamos detrás de una fotito en la que escogemos cómo nos vemos –he de confesar que yo pongo la foto en la que considero que, por mucho, es en la que mejor me veo–, detrás de un avatar previamente seleccionado, somos más de lo que somos, tenemos otro coraje, otra valentía y otro punto de vista. Somos menos vulnerables cuando podemos ser nosotros, pero otros nosotros, cuando tenemos amigos que no se enojarán si Joaquín no llega a tiempo, o si le apesta el hocico.

Eso es lo que sucedió con el hombrecito aquél sábado por la noche. La historia triste de la existencia de realidades en vez de realidad. La historia extraña, la diferente. La que no sólo cuenta de una persona que utiliza sus contactos de redes sociales para estar en contacto, sino para tener una vida social alterna, distinta, deseada, planeada. Una vida social en la que cada quién puede ser el centro del mundo, en la que se puede trazar un personaje llamado “nosotros mismos” a tal grado que dejemos fuera lo que sucede en la calle. Como el caso de Joaquín, que encontró tanto más interesantes sus nuevos contactos de mi feisbuk que la reunión en donde sus amigos (o conocidos) lo esperábamos.

Al final del camino, la realidad se convierte en un concepto ambiguo: existen realidades. Existen personas que pueden ser lo que quieren ser, lo que siempre han pretendido, que no son juzgadas y hablan libremente. Existen personas que se escapan del mundo real al mundo de las compus… ¿y cuál es el siguiente paso? ¿A qué le tiramos?

¿Estamos condenados a esconder nuestras caras detrás de una foto en la que estábamos riendo?

No lo sé. Pero el caso de Joaquín me ha resonado en la cabeza tanto.

¿Alguien conoce a alguien que no haya llegado a la reunión por tener otra reunión en Internet?

¿Qué le vamos a hacer? Hay que adaptarnos al mundo de hoy, ¿qué no?

miércoles, 1 de julio de 2009

TODOS SOMOS GEEKS EN LA NUEVA CIVILIZACIÓN

Estoy sentado en un café, atrapado entre el olvido y la memoria. Es un estado que preferiría no conocer, pero lo conozco. La niña de la barra no deja de voltear a verme, y yo no dejo ni un segundo mi libreta. Algo estoy haciendo mal, así que cambio de estrategia, enciendo mi lap. Uno de los requerimientos más indispensables para estar sentado por más de 10 minutos en un café. Al parecer un libro ya no es suficiente. Al menos así me siento menos alienado. Antes de que mi computadora termine de hacer Ta ra ra rán al encender, la chica de la barra se acerca a mí a preguntar si tengo feisbuk.

OK. Hay algo que no entiendo. ¿Feisbuk? Así nomás, por preguntarme algo ¿o qué? Entonces le pregunto a la niña que por qué la pregunta. Y me responde que para hacerse mi amiga.

OK. Sigo sin entender algo. ¿Quiere hacerse mi amiga? ¿Y qué tiene que ver feisbuk con eso? No sé si lo que sentí fue pudor, nostalgia, intrusión o simplemente me sentí atorado en el pasado, pero la verdad es que por un segundo me sentí incómodo. Con media sonrisa en la cara le pregunté parafraseando: “¿Quieres ser mi amiga?” Y me contestó que sí.

De plano ya no entiendo ni madre. Le contesté que sí tengo feisbuk y que me diera su mail para que la buscara, me lo anotó en la parte de atrás de un recibo y me dio un beso en la mejilla y se fue. Yo no tardé más de tres minutos en salir huyendo del lugar. ¡A buscar otro café! Necesito Internet para ponerme a trabajar.

Entonces me paralizo. Por completo. En pausa, como uno de esos tipitos en las películas en las que congelan el tiempo. Congelado. ¿Necesito Internet para ponerme a trabajar? A ver… ¿yo? No jodas, escribo libros. ¿Para qué carajo necesito Internet para escribir libros? Entonces la niñita del café se hizo presente en mis pensamientos. ¡Soy como ella! Necesito Internet para mantenerme comunicado. ¡Y no me había dado cuenta! Entonces entré a mis correos y esas cosas, a ver quiénes me leían en línea, a ver cuántas personas que hoy conozco ayer no conocía, con cuántas personas de otros países hablo al día. Y eso es mi trabajo. Entonces me vuelvo loco.

Recuerdo la historia de la amiga del primo que conoció a alguien por MSN y de ahí se enamoraron y se casaron en Australia, ahora, ambos viven en Alaska y tienen un bebé en un instituto de estimulación temprana. Recuerdo la historia de mi amiga que se enamoró de un tipo perfecto que terminó siendo un anciano con nietos. Me acuerdo de la historia del cuate que se hizo millonario porque el conocido de tuiter lo invitó a un negocio, o los novios, o los amigos, o los novios amigos, o los amantes, o los infieles, o los locos que escriben cosas, o los no tan locos que escriben cosas. En fin. Todas las relaciones personales de las que yo mismo soy testigo que tienen como casa, café y hotel el cibermundo. ¡Qué pasa! Y yo no me daba cuenta.

Ahora me siento en mi computadora a recordar el incidente. Y a terminar un artículo para mi página de Internet. Estoy en ese mundo y soy parte de esas relaciones sociales, virtuales o no. Ahí estoy.

Pero de una u otra forma, seguiré escribiendo historias, aunque tenga que ser de los que relata el fin del mundo a través de los 140 caracteres de twitter. Ahí estaré, donde haya letras.

¿Y ÉSTE QUÉ?

Mi foto
Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

SI BUSCAS...

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