martes, 13 de julio de 2010

SIN HABLAR

Regreso de noche sin mucho que decir. El día fue más pesado de lo que esperaba. Pero llego a casa con la esperanza de olvidar todo, tomo una botella de agua del refrigerador y me dirijo hacia la sala, hasta el sillón que me recibe cada noche. Enciendo un cigarro, el único que fumo en el día. Llega Antonieta. Se acomoda junto a mí. Yo no tengo mucho para decir entonces no digo nada. Ella tampoco habla. No me abraza. La miro. Me mira. De pronto la vida se vuelve un sofá en medio de una noche tenebrosa. El humo del cigarro sigue haciendo figuras, pero pronto se consumirá y yo tendré que hacer algo, moverme, hablar. El cigarro sigue consumiéndose, Antonieta respira brevemente, como tomando aire para decir algo, se dispone a hablar. Yo no puedo dejar que eso suceda. Apago el cigarro antes de tiempo. Tapo con la palma de mi mano la boca de mi esposa. Al parecer no puede respirar. No me importa. Presiono con más fuerza. La lastimo. Lo sé.
            Ella se levanta llorando. Como siempre. Escucho que pone el seguro en el cuarto para que yo no pueda entrar. Tenemos que hablar. Ella me quiere abandonar. Lo sé, lo sé desde hace tiempo. No sabe cómo decirlo, no lo quiero escuchar. No hablamos. No hablo. Mi vida es complicada. Siento la presión que se mueve por mi cuerpo, mi sangre lleva una carga distinta a la de siempre mientras los recuerdos aparecen. Memorias de mis mejores momentos con Antonieta, de nuestra relación, de su cuerpo, de su sonrisa, de aquella belleza hipnotizante. De lo que era.
            Antonieta debajo de las sábanas, mi esposa, mi amada, mi amante. Mis manos recorrían su desnudez poco a poco, sin prisa, sentían los secretos de su espalda, mis dedos los escuchaban, nuestros cuerpos se acercaban cada vez más. Comenzaba a quitar poco a poco su ropa de noche, siempre bajo las sábanas, le decía lo mucho que la amaba, lo mucho que la deseaba, le decía que era la mujer más hermosa que hubiese visto jamás, lo creía. Lo creía con fuerza. Lo era. Hacíamos el amor, con tanta paz, con tanto deseo. La besaba todo el tiempo, sin parar, sin tomar siquiera aire, para terminar juntos en un orgasmo compartido y un beso desenfrenado en medio de te amos.
            Comienzo a tocar más fuerte en la puerta del cuarto, no se digna a abrir. No hay llave, y si hubiera no sabría dónde buscarla. Me irrito, comienzo a patear la puerta. Entiendo que no es fácil derribarla. Uso todas mis fuerzas. Ella no responde, sólo escucho sus sollozos. Los dejo de escuchar porque comienzo a golpear fuertemente la puerta con una silla. Logro romperla. Ella no está, escapó por la ventana.
            Mis piernas pierden fuerza, caigo de rodillas sobre el suelo de la recámara. No puedo llorar, no puedo respirar. No sé si estoy vivo. Mi corazón se detiene, mi sangre se convierte en cemento, mi cabeza en plomo. Logro suspirar y al exhalar sale un grito de desesperación acompañado de lágrimas.
            Del piso 22 sólo se puede escapar de una forma. Alcanzo a escuchar las sirenas

4 comentarios:

  1. Cuando uno cree en un tibio relato de rutina sucediendose, llegas con estos finales que me dejan helada

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  2. Me encanto!
    gracias por escribir cosas tan buenas,
    cada dia nos inspiras mas
    xoxo
    Luna

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  3. Este relato es muy tuyo...muy a tu modo!!!! es grandioso cuando escribes asi tan característico!!! Saludos.

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Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

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