martes, 30 de junio de 2009

PEQUEÑO MUNDO INFECTADO

Empapado de cordura. No me queda opción al leer lo que sucede en este pequeño mundo que cada vez está más infectado de algo. No sé de qué, pero está infectadísimo. Me pongo a pensar en Honduras y huelo a esa América latina de la que he leído, la misma que he temido y que he padecido a través de gente querida. Entonces me doy cuenta de que no es sólo eso, de que algo sabe mal. De que alguno de los alimentos que nuestro planeta ha estado consumiendo recientemente simplemente le ha caído mal. La postura de nuestros vecinos del norte se vuelve escandalosa con susurros. No entiendo, así que no voy a escribir como si me sintiera uno más de los eruditos de chocolate que se encuentran en cualquier café explicando a sus escuchas también expertos la manera correcta de corregir al mundo, o, simplemente, explicando con autoridad la razón precisa por la que murió Michael Jackson. ¡Qué hueva!

Entonces, he decidido hablar de lo que sí sé. Ahí es donde me atoro. Sí sé de lo jodido que es el transporte público en la ciudad de México, de la falta de consciencia de los que lo manejan (en todos los niveles, no solamente los gorilas que juegan a ser choferes, sino los gorilas que juegan a ser mafiosos y los mafiosos que se ríen de los gorilas), de lo ridículo que es ver cómo se adueñan de las calles para lograr el caos total por puritita ignorancia. Y de ese tema acabo de decidir no hablar.

Me pregunto, ¿ahora de qué hablo? Y pienso. Pero me caga pensar. Entonces pienso por qué me molesta tanto pensar. Y me enojo más. Y pienso más. Y me clavo. No se me ocurre nada y se me ocurre todo a la vez, me encantaría poder escribir mil palabras por minuto, en vez de la estúpida cantidad de cuarenta y tantas. Me encantaría no pensar y dejar a mis manos hacer mi chamba, me encantaría ponerme a leer sin la presión de que tengo que escribir. ¿Qué chingaos sigue en mi nueva novela? No tengo idea. Pero me siento aquí, en este catártico ejercicio que intenta ser la alternativa para que mis manos tengan qué hacer y mantengan ocupadito a mi coco. Pero cuando mi coco toma el control, todo se va en picada.

Y llego justo aquí, al lugar en el que estoy, en la misma computadora, en el mismo texto, en mi misma vida, saboreándome las letras y riéndome de mi mismo, descubriendo que dejé de pensar por un segundo, que en un mundo infectado siguen existiendo las letras, y mientras eso suceda, muchos tendremos el remedio para cuando nos dé por pensar.

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Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

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