Estoy sentado en un café, atrapado entre el olvido y
OK. Hay algo que no entiendo. ¿Feisbuk? Así nomás, por preguntarme algo ¿o qué? Entonces le pregunto a la niña que por qué
OK. Sigo sin entender algo. ¿Quiere hacerse mi amiga? ¿Y qué tiene que ver feisbuk con eso? No sé si lo que sentí fue pudor, nostalgia, intrusión o simplemente me sentí atorado en el pasado, pero la verdad es que por un segundo me sentí incómodo. Con media sonrisa en la cara le pregunté parafraseando: “¿Quieres ser mi amiga?” Y me contestó que sí.
De plano ya no entiendo ni madre. Le contesté que sí tengo feisbuk y que me diera su mail para que la buscara, me lo anotó en la parte de atrás de un recibo y me dio un beso en la mejilla y se fue. Yo no tardé más de tres minutos en salir huyendo del lugar. ¡A buscar otro café! Necesito Internet para ponerme a trabajar.
Entonces me paralizo. Por completo. En pausa, como uno de esos tipitos en las películas en las que congelan el tiempo. Congelado. ¿Necesito Internet para ponerme a trabajar? A ver… ¿yo? No jodas, escribo libros. ¿Para qué carajo necesito Internet para escribir libros? Entonces la niñita del café se hizo presente en mis pensamientos. ¡Soy como ella! Necesito Internet para mantenerme comunicado. ¡Y no me había dado cuenta! Entonces entré a mis correos y esas cosas, a ver quiénes me leían en línea, a ver cuántas personas que hoy conozco ayer no conocía, con cuántas personas de otros países hablo al día. Y eso es mi trabajo. Entonces me vuelvo loco.
Recuerdo la historia de la amiga del primo que conoció a alguien por MSN y de ahí se enamoraron y se casaron en Australia, ahora, ambos viven en Alaska y tienen un bebé en un instituto de estimulación temprana. Recuerdo la historia de mi amiga que se enamoró de un tipo perfecto que terminó siendo un anciano con nietos. Me acuerdo de la historia del cuate que se hizo millonario porque el conocido de tuiter lo invitó a un negocio, o los novios, o los amigos, o los novios amigos, o los amantes, o los infieles, o los locos que escriben cosas, o los no tan locos que escriben cosas. En fin. Todas las relaciones personales de las que yo mismo soy testigo que tienen como casa, café y hotel el cibermundo. ¡Qué pasa! Y yo no me daba cuenta.
Ahora me siento en mi computadora a recordar el incidente. Y a terminar un artículo para mi página de Internet. Estoy en ese mundo y soy parte de esas relaciones sociales, virtuales o no. Ahí estoy.
Pero de una u otra forma, seguiré escribiendo historias, aunque tenga que ser de los que relata el fin del mundo a través de los 140 caracteres de twitter. Ahí estaré, donde haya letras.
Muy acertada tu percepción del mundo cibernético, amistades virtuales, amores ciegos, relaciones tentadoras pero irreales, el mundo perfecto por ser irreal y puede resultar MUY PELIGROSO no poder salir de él!!!
ResponderEliminar¡Me encantó, me encantó, me encantó, me encantó!
ResponderEliminarEl único límite a esta extención del mundo es el humano que teclea. Buen texto, camarada.
ResponderEliminarGüelcom.
Ehm ¿Y qué pasó con la del mail en la servilleta?
Saludos.
Estos medios que nos hacen geeks a todos, como dices, son extensiones de lo que es real, o limitantes para que las relaciones se den? Pueden ser lo uno, o lo otro. Me entristece lo de la niña...con tánta oportunidad de platicar contigo ahi, en el café, ante un café, mirando tus ojos... pero comprendo enteramente tu búsqueda de internet. Ahi se puede leer y escribir todo el día y conocer personas que de otro modo no serían parte de tu mundo. Se puede seguir en contacto con viejos amigos, a pesar de perderse en las letras propias o ajenas buena parte del día. Se tienen instantes de intimidad y de conexión...Lo que son las cosas, yo te encontré en Twitter, ya ya me caes bien!
ResponderEliminar¿Y al final agregaste a la chica a tu FB? ;-)
ResponderEliminar