lunes, 5 de abril de 2010

ESPERANDO LA ENTREVISTA

En medio de una revolución enigmática estaba ella. Sentada ahí, esperando su lugar para ser atendida en aquella entrevista de trabajo. Tanto tiempo desempleada había nublado un poco su pensamiento, llevándola a un pesimismo crónico que se reflejaba en cada uno de los músculos de su cuerpo sentado en aquel incómodo sillón. La plaza era muy solicitada, y la sala de espera estaba llena. ¿Cuántas personas estarían entrevistando? Ella sabía que era mejor que el resto de las aspirantes, lo alcanzaba a ver. Sí, era la mejor vestida de todas, seguramente la más preparada, tal vez la más inteligente. Posiblemente era la más guapa. Pero también había sido así en el resto de las entrevistas a las que ella había acudido, ahora la visión era distinta, alcanzaba a darse lástima viéndose a sí misma desde fuera, desde los ojos de fotógrafos transparentes que se encargan de dar una cara al mundo real. Era una más de las imbéciles aspirantes. Además, ¿quién chingaos necesitaba que una mensajera vistiera bien, o fuera preparada? ¿A quién puta madre le importaban las cosas importantes en aquellos días, en medio de una ridícula crisis que la estaba matando de hambre? Las cosas habían sido diferentes alguna vez, cuando completó sus estudios universitarios, cuando las vacantes eran de secretaria ejecutiva, no de mandadera.
         Eugenia sabía que las circunstancias habían cambiado, no sólo para ella sino para toda una población, sabía que el mundo estaba cerca de llegar a un fin, al menos así lo visualizaba ella, que después de tanto soñar y luchar había caído en un pesimismo idiota del que no se podía salir fácilmente. El hambre era una hija de puta bien hecha que atrapaba a cualquiera sin pedir permiso. Si sus padres vivieran todavía, tal vez las cosas serían distintas, pero la vida cambia y tiene que seguir. Eugenia Contreras no sabía para qué, pero entendía borrosamente que la supervivencia era un mal necesario. Su tío no tenía mucho dinero para prestarle, con los pocos centavos que le arrimaba de vez en cuando ella podía comer.
         Mientras esperaba, el mundo se hacía un eterno pasar de gente y ruidos sin sentido, la realidad se alteraba y ella no podía hacer nada para cambiarla, los sueños se veían trastornados: tal vez se estaba volviendo loca, tal vez ya estaba loca. Tal vez. Trabajo. Trabajo. Trabajo. Su casa parecía un puto nido de arañas, necesitaba ese puesto, por más insípido que fuera, por más que estuviera echando por la borda su talento, belleza, imaginación, preparación. Necesitaba comer. Necesitaba pagar la renta. Necesitaba dormir tranquila. Sólo eso, ¿era mucho pedir? Necesitaba esa plaza al costo que fuera. No podía tener otro fracaso a cuestas. No podía. Las cosas iban mal, no lo conseguiría, el pesimismo se lo decía, y el pesimismo había sido el único consejero que se acercaba a ella en aquellos días. La vida se había tornado en un desolado cuarto de motel en el que ella no encajaba. Un sórdido y oscuro cuarto de hotel en el que Eugenia Contreras no podía respirar. Bola de arpías estúpidas. Todas las que estaban sentadas junto a ella esperando un pedazo de pan en su plato, no eran sino brujas desalmadas que sólo estaban sentadas ahí para convertirse en sus enemigas, para hacerla sufrir más. ¿Qué? ¿Con la pinche vida por sí sola no es suficiente?
         ¿Cuánto tiempo faltaba? ¿Cuánto tiempo llevaba ya esperando? Su reloj no servía desde hace meses, no tenía idea del tiempo. No sabía lo que sucedía, las pendejas alrededor de ella parecían hablar en un idioma extraño, riendo deliberadamente. ¿De ella? ¿Qué se creían? Eran enemigas, puestas ahí por la misma oficina de reclutamiento para darle un pretexto y no contratarla, como había sucedido tantas veces. Creyó escuchar su nombre, pero no era eso. Quizá era sólo su imaginación, esperaría a que alguien llegara para avisarle personalmente, eso era lo mínimo que esperaba de una entrevista para un puesto tan importante.
         Ser la jefa de administración en una trasnacional requería mucho esfuerzo y ella lo había logrado. “Eugenia Contreras”, decía el altavoz por cuarta vez. Ella no se inmutaba. No era para ella. El resto de las mujeres de la sala se miraban entre ellas buscando a la siguiente rival. Nadie decía yo. Eugenia no sabía lo que sucedía. Tenía hambre, no había desayunado. Pero para la dirección general de una trasnacional no había tanta competencia. Ella estaba esperando al consejo: ¿estarían ya listos los señores de trajes finos con corbatas elegantes color pastel? No más. No más.
         Una mujer se acercó a ella. “¿Es usted Eugenia Contreras?”, preguntó. Sí. Era ella. Despertó de su trance. Se disculpó con las presentes y fue hacia el escritorio de recepción a decir que era ella a quien estaban voceando.
         La entrevista ocurrió sin mayor contratiempo. Eugenia sabía que tenía la plaza. Estaba convencida. Dio la mano a su entrevistador y se despidió profesionalmente. Caminó por el pasillo de salida hacia la sala en la que había esperado por tantas horas. La espalda derecha  y la cabeza en alto.
         En el hospital psiquiátrico de la policía, nunca recordó haber clavado tantas veces una pluma en el cuello de la mediocre y fea secretaria del entrevistador apenas unas horas antes. Eugenia tenía hambre, no era una asesina.  

3 comentarios:

  1. En cuantos de nosotros no existe una chispa de locura, creo que en todos!!!! muy padre el relato!! me gusto mucho, Saludos.

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  2. Me gustó mucho el relato y el final como siempre, con ese sello tan tuyo: inesperado, sorprendente.
    Besitos...

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  3. me encanta como tus finales me hacen releer la historia con gusto y me ponen a pensar... aparte me senti totalmente identificada gracias a mi mala racha laboral del año pasado... me hiciste recordar...

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Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

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