domingo, 30 de enero de 2011

TRECE MINUTOS

Justo ahora, la mañana de un domingo. En trece minutos. Ni uno más. Trece minutos listos para abrir la boca, sentar precedentes, hablar del presente y seducir al futuro. Trece minutos antes de que llegue el resto de la mañana a poseer el resto de nosotros, el resto de mi día. El resto de cada palabra que reinará por hoy.
            Trece minutos y no puedo esperar más, necesito toda la fuerza de mi cerebro para concentrarme porque ahora ya sólo son doce. Doce minutos que me incitan a dictaminar la fuerza del erotismo y de la música que en este momento escucho. Once minutos y suena todavía el primer movimiento del primer concierto para piano de Brahms. No puedo seguir escribiendo con la música sonando. Una pausa. Apago la música.
            Ahora son diez minutos. Rodeado de nostalgia, de una noche desesperada, de música, de pasión, de sexo, de un tipo de amor extraño que surgió de pronto, que nació anoche, que nadie conoce, que hizo su entrada en nuestro planeta anoche, mientras la tocaba, mientras la besaba, mientras la veía bailar.
            Una danza perfecta, entre cisnes y colores y ocho minutos restantes para matar a lo que resta de mi propia mañana. La locura hecha persona: llegó conmigo a casa. Bebimos vino, ahora ya no hay rastro del vino, ni del sentimiento, ni del sexo. Pero anoche era amor. Era mi cama, era la luna y eran los cisnes. Era cada movimiento y la locura de la piel.
            Siete minutos, y necesito describir la textura indescriptible de su piel, la textura que se perdía en su aliento, en el tacto inocente y despiadado, en los gemidos, en la balanza que perdía por completo el orden con el peso del sabor de su humedad.
            Seis minutos y la lluvia de su orgasmo, la amapola de la luna, el humo del incienso y de la droga que nos rodea, que nos rodeaba, el humo del vino que bebíamos mientras y bebía de su piel. Los gritos. Callados por mis labios. Mientras dentro de ella yo explotaba y la música dibujaba cisnes porque ella así lo quería.
            El aire. Nuestro aire. El aire que nos regaló la noche.
            Mis manos en su cuello. Cuatro minutos me restan.
            Dejó de respirar anoche. Consecuencia de mis manos. No sé donde estoy, pero sé que me debo de ir. El hombre que se encargó de darme la orden mandará por mí a las 10:30am. En punto. Sin falta. Quedan tres minutos. Y este documento.
            La música. Conocía lo que escuchaba. Brahms, vuelvo a dejarla sonar, sigue en el primer movimiento. Y resta un solo minuto para escribir esta nota, en la que quiero dejar un rastro del amor que descubría anoche, y conmigo, la humanidad entera.
            Alguien vendrá a hacerse cargo del cuerpo. Más tarde, alguien leerá esta carta. Queda un minuto.
            Debo bajar corriendo la escalera.

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Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

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