jueves, 9 de julio de 2009

LA MADRUGADA DE EUGENIA

En medio de una búsqueda estructurada, encontró el camino más directo a la locura. Nadie atinaba a decir las palabras correctas cuando ella aparecía, nadie atinaba a decir las palabras correctas al hablar de ella.
La oscuridad se volvió oportuna. Entró a su habitación sin hacer ruido, buscando un espacio vacío en su propia cama para poder dormir, recorrió la noche con su memoria y se detuvo un segundo en esa botella de vino que le impidió soltar el libro a pesar de lo tarde que era. Y en aquel momento, entrada ya la madrugada, esa famosa cantante de ópera sonreía sin querer hacerlo, sabiendo que había llegado el fin de la vida como la conocía. El libro no fue lo que hizo que el fin llegara, simplemente fue el catalizador que logró que ella lo supiera.
Sólo tenía que decidir cómo morir.
Salió de la habitación sollozando, no pudo ocupar el lugar entre las sábanas con su pareja, no pudo respirar su mismo aire: el dolor que le causaba recordar aquellos momentos de pasión que hoy se veían tan lejanos le impedía concentrarse en sus últimas horas. Había dedicado toda su vida a la voz, y ahora, la voz no valía nada: esa voz sin cerebro y sin sentido la obligaba al silencio, a permanecer en ese silencio más absurdo sin reparar en el pasado. No tenía duda: se había vuelto loca, y había encontrado el mejor camino para lograrlo. De no haber sido por ese libro.
Cayó dormida sin quererlo, esperando que nunca llegue la mañana, regresando en sueños a su infancia, a su voz, a las multitudes. Quedó dormida sin hacer evidente su intención de terminarlo todo. Y al dormir, no controlaba su destino. Cada página de aquel libro se mezclaba con el vino para convertirse en imágenes que apuntaban al final de su voz: al final de su vida.
Entre violines, chelos y notas, despertó aquella mañana. Es difícil la soledad, sobre todo al descubrir que algo ha cambiado, al descubrir que tu cuerpo ya no es tuyo, ni tus sueños, ni las imágenes, ¡ni tu voz! ¿Dónde quedó la voz? ¿Dónde quedó ella misma?
Despierta, Eugenia, despierta. Camina hacia tu vida. Nada es como antes porque antes no existió, camina Eugenia, ante la multitud que te aclama, ante esa soledad que no permite que nadie vea tu desnudez, tu piel perfecta y la sensualidad de tu persona. Despierta, Eugenia, que ya no son violines, que nunca has sabido cantar, que nunca has sido nadie. Despierta, Eugenia, con el rastro de aguardiente en tu organismo, con tus sentidos expuestos como siempre, con tu vida muda y solitaria. Nada ha cambiado, porque no tienes antes, porque sólo hoy existe. Porque no hay libro ni vino para quien no sabe leer.
Y porque hoy, al igual que durante los últimos quince años, las calles te esperan. La muerte sin voz y sin violines te espera. Un día más, Eugenia: otro igual a todos.
Todavía no llega el privilegio de morir.

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Un observador del mundo actual. Leo. Luego escribo. A veces me cuesta trabajo comprender que existo. Pero me gusta observar el mundo actual y plasmarlo en letras. No hay mucho más.

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