Las horas transcurrían con esa extraña peculiaridad. Al mismo tiempo lentas y veloces. Tristes, naturales. Lo malo del tiempo no eran las horas, ni el tiempo mismo, ni el camino a la vejez. Lo malo de las horas era lo idéntico de una a la otra. No había diferencia en un día cualquiera. Un día triste, un día promedio. Ni siquiera la emoción de lo que sucedería aquella noche lo movía. Eran nombres, eran teclas de un computador, haciendo su ruido, mostrando su nostalgia, contándole cuentos. Nadie más lo hacía. Nadie más. Un ser promedio derrotado por la inercia.
¿Cómo reaccionaría la inercia a aquella noche? Había sido una mañana triste, una comida triste, una tarde triste, una calle triste. Un día promedio. Maldita sea. La tristeza era tan gris que era casi imposible notar su ausencia de color. El lo sabía, ya no lo sentía. La rutina, se encargaba de terminar con toda notoriedad, incluyendo el mismo gris de la rutina.
Escuchó una voz de mujer diciendo su nombre a sus espaldas. Lejana, en otra dimensión, en la dimensión en la que hablan los humanos, en la dimensión en la que seguramente se encuentra la gente que se comunica con voz, no con el dictado de una hoja buscando su llegada al monitor. No había trabajo más triste que ser capturista. Tal vez sí. Ni siquiera en lo patético ganaba el primer lugar: hasta en ser patético era mediocre. Pero no sufría. Demasiado gris para sufrir.
A la tercera vez que lo llamaron respondió. Una jefa ya molesta lo mandó llamar. Posiblemente era una mujer bella. Tal vez tenía un par de tetas que no podía dejar de ver. Las veía. Intentó sentirlas en la imaginación. Pero no pudo, el evento que sucedería aquella noche le bloqueó el pensamiento. Recibió el regaño con reserva, con sumisión, esperando escuchar más, dejando hablar a la mujer. Le pedía un trabajo urgente. Apenas faltaban un par de horas para salir. No le daría tiempo. Por primera vez tenía algo que hacer. Era urgente, tenía que terminar ese mismo día. No podía quedarse, lo dijo. Ella no dio importancia a su voz, no estaba acostumbrada a escucharla. Él insistió, no me puedo quedar. Ella no hizo caso. El se levantó, dio un golpe en el escritorio y salió azotando la puerta. Dejó todo atrás. Tenía por primera vez un compromiso, y no fallaría a él.
Por primera vez en su vida estaba vivo. El calor de su sangre lo decía. Regresó, vio fijamente a su muda jefa a los ojos. Y le tocó una teta. Así era esto de estar vivo. Salió de esa oficina para morirse de hambre, daba igual. Para nunca regresar.
Genial, me ha encantado el relato..
ResponderEliminarSe pone mas interesante.....ya quiero leer la tercera parte, y lo mas contradicctorio es que espero un final inesperado...es emocionante!!! Saludos!!!
ResponderEliminarGracias por este relato m encnatan los personajes asi, y els entido de la vida que tienen, como todo puede cambiar por cosas que esperamos y deseamos....... estoy ansiosa de leer la tercera parte
ResponderEliminarVa muy bien!.
ResponderEliminarcomo siempre, me gustan, y guardo algunas frases que van entre letras, el tema resulta intrigante y lo vas desarrollando muy bien.
Llama mi atención que la segunda parte nos la cuentes en tercera persona y la anterior en primera.
saludos,
@MCvel
al final me reí mucho. Salirse con la tuya y cumplir aquel deseo machista, oculto: tocarle la teta. Al diablo con todo. Se la tocó.
ResponderEliminarMuy emocionante. Hace tiempo que no sentía un personaje tanto.
a la espera de la tercera parte.
Esperaremos que pasen las grises horas antes del final.
saludos
Pablo